Ayer me acompañaron dos de mis hijos. Pensé que deseaban estar conmigo por simple fraternidad. Luego pude darme cuenta que cada cual traía un interés. Llegamos a las oficinas del periódico y ya no supe de ellos sino hasta media hora después.
Durante ese lapso me puse a reflexionar: A los hijos hay que llamarlos varias veces en la mañana para llevarlos a la escuela. Se levantan irritados, pues se acuestan muy tarde mandando mensajes por celular o por WhatsApp, viendo tele o conectados al internet.
No se ocupan de que su ropa esté limpia y mucho menos ponen un dedo en nada que tenga que ver con “arreglar algo en el hogar”. Idolatran a sus amigos y viven poniéndoles “defectos” a sus padres, a los cuales acusan a diario de que “están pasaos”.
No hay quien les hable de ideologías, de moral y de buenas costumbres, pues consideran que ya lo saben todo. Hay que darles su “domingo” o mesada de la que se quejan a diario porque “eso no me alcanza”.
Si son universitarios, siempre inventan unos paseos de fin de semana. Lo menos que uno sospecha es que regresarán con un embarazo, “hediondos” a alcohol, o – lo que es peor – habiendo fumado un carrujo de marihuana.
Definitivamente estamos rendidos y la tasa de retorno se aleja cada vez más, pues aún el día en que consiguen un trabajo hay que seguir manteniéndolos. Me refiero a un segmento cada vez mayor de los chicos de capas medias urbanas que bien pudieran estar entre los 16 y los 24 años y que para aquellos padres que tienen de dos a cuatro hijos, constituyen un verdadero dolor de cabeza.
¿En qué estamos fallando? Para los nacidos en los cuarenta y cincuenta, el orgullo reiterado es que se levantaban de madrugada a ordeñar las vacas con el abuelo; que tenían que limpiar la casa; que lustraban sus zapatos. Otros llevábamos el nixtamal al molino o íbamos a comprar la leche bronca.
Lo que le pasó a nuestra generación es que elaboramos un discurso que no dio resultado: “¡Yo no quiero que mi hijo pase los trabajos que yo pasé!”. ¿Usted por qué tiene lo que tiene? Porque le costó esfuerzo, sacrificios, y así es que se aprende a valorar los esfuerzos de los padres y no acostumbrar a nuestros hijos a recibir todo por obligación.
Nunca conocieron la escasez, se criaron desperdiciando. A los 10 años ya traen su celular, cuando nosotros a los 20 no conocíamos ni el teléfono.
El “dame” y el “cómprame” siempre fue generosamente complacido y ellos se convirtieron en habitantes de una pensión con todo incluido – TV, Dvd, Equipo de sonido, Internet y comer en la cama. Recogerle el reguero que dejan por que siempre se les hace tarde para salir -; y luego pretendemos que fuera un hogar o exigir o preguntarnos, porque nuestros hijos, se aíslan, no comparten con nosotros. Cualquier cosa es mejor que sus padres o una actividad familiar.
¿Quién les suministró todo eso a nuestros hijos? Nosotros mismos, solitos y sabiendo que no estaba bien. Al final se marchan al exterior a la conquista de una pareja y vuelven al hogar divorciados o porque la cosa “se les aprieta” en su nueva vida.
Los que tienen hijos pequeños, pónganlos los domingos a lavar los carros y a limpiar sus zapatos a ganarse las cosas. Un pago simbólico por eso puede generar una relación en sus mentes entre trabajo y bienestar.
Las hijas mujeres deben desde temprano aprender a manejar el hogar para que entiendan la economía doméstica en tiempos que podrían ser más difíciles, y porque ellas tienen una conciencia más amplia del orden y la prosperidad del hogar.
La música metálica, los conciertos, la tele, la moda y toda la electrónica de la comunicación han creado un marco de referencia muy diferente al que nos tocó, y ellos se aprovechan de nuestra supuesta desinformación para salirse con la suya.
Definitivamente, estamos forzados a revisar los resultados. ¡No echemos a perder el desarrollo de nuestros hijos! Hay que buscar la forma de que no sean dependientes… Ojalá que este mensaje llegue a los que tienen ‘muchachos chiquitos’, pues ya los abuelos pagaron la transición.
Nunca es tarde para cambiar y recuerden es mejor tarde que nunca; nuestros hijos algún día lo van a agradecer.
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