Un emperador chino, fue avisado que en una de las provincias de su imperio había una insurrección. Dijo entonces a los ministros de su gobierno y a los jefes militares: “Vamos, síganme. Pronto destruiré a mis enemigos”.
Cuando el emperador y sus tropas llegaron a donde estaban los rebeldes, el soberano trató muy amablemente a éstos, quienes, por gratitud, se sometieron a él nuevamente.
Todos los que formaban el séquito del emperador pensaron que él ordenaría la inmediata ejecución de aquellos que se había sublevado contra él; pero se sorprendieron en gran manera al ver que este trataba con mucho cariño a quienes se habían sublevado.
Entonces, el primer ministro preguntó con enojo al emperador: “¿De esta manera cumple vuestra Excelencia su promesa? Usted dijo que veníamos a destruir a sus enemigos y sin embargo, los ha perdonado a todos, y a muchos hasta con cariño los ha tratado”.
Entonces el emperador, con actitud noble, dijo: “Les prometí destruir a mis enemigos; y todos ustedes ven que ya nadie es mi enemigo. Ahora todos ellos son nuevamente mis amigos”.
Ante un caso así, nuestra actitud es aplicar la ley del ojo por ojo… La venganza es lo primero que nos viene a la mente para desquitarnos de aquellos que nos hicieron daño y pagamos el mal, con mal. A quien nos levanta la voz le gritamos. Si nos ofendieron buscamos deshonrarlo. Pero algunos van mucho más allá y ven a esa persona como un enemigo que hay que destruir de cualquier forma.
La mayor parte de la gente está llena de odio, rechazo, envidia, desprecio, indiferencia. Imagínate si los gobernantes de Israel y Palestina o de Rusia y Ucrania, en lugar de generar tantas muertes innecesarias, actuaran como el Emperador con sabiduría y diplomacia.
El amor, la mansedumbre y el respeto puede, lograr muchos más resultados que todo el armamento del mundo.
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