Doña Micaela desconfiaba mucho de todas las personas. Siempre estaba culpándolas por cualquier cosa; por eso decidió vivir sola, pero quiso tener una ayudante y contrató a una muchachita.
Una de las cosas que más quería esa señora era una aguja de oro con la que cosía todas las tardes, hasta que un día por más que la buscó no la encontró. Así que acusó a la muchacha, y le dijo que ella era la que había robado su aguja de oro y la despidió.
Un día por la tarde la señora Micaela decidió ir al patio y encontró un lindo nido que le llamó la atención. Subió a ver a los pajaritos y, ¡Sorpresa!, encontró que su aguja de oro estuvo ahí todo el tiempo.
El Pájaro había tomado el hilo con la aguja para construir su nido.
La señora se sintió muy mal por haber despedido a la única persona que en verdad la cuidaba y la quería.
Así ocurre muchas veces con nosotros. Debemos aprender a no juzgar a las personas antes de saber la verdad, porque nos podemos equivocar, y puede ser que esa equivocación nos duela mucho.
¿Cuántas veces hemos destruido a alguien por juzgarle apresuradamente? Pidamos a Dios sensibilidad para poder vivir equilibradamente.
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