Hay fiesta en Ahuacatlán. Las calles iluminadas hierven de jóvenes; chicos y chicas. Veo rostros sonrientes, veo miradas provocativas, cruces de mensajes en un código que sólo un joven puede descifrar. Veo la vida que se expresa en una juventud que, esta noche, busca sólo divertirse, pasarla bien, olvidarse de todo.
El ruido de las bandas musicales es estruendoso. Con cerveza en mano, ellos y ellas bailan, bailan y bailan. Sus ojos denotan la alegría. Otros cargan “cantaritos”
Los adultos prefieren descansar sobre las bancas de acero o en las jardineras. Los fuegos artificiales surcan los espacios. Mi mente se transporta hacia aquellos aciagos años de mi niñez.
Décadas de los 60´s. Los juegos mecánicos se reducían al carrusel -nosotros lo conocíamos solo como “Los caballitos”- sillas voladoras, la ola marina y la rueda de la fortuna. Hoy son más sofisticados y, a decir verdad, yo no me subiría ni al Trábant ni al Martillo, ¡Ni aunque me pagaran por ello!
Los chiquillos de mi barrio, acordes a mi condición social, claro, solíamos reunirnos en el jardín Prisciliano Sánchez; pero dada nuestra estrechez económica nos dedicábamos a juguetear alrededor del kiosco, mientras que los hijos de papi y mami se paseaban en los juegos, degustaban algodones o cenaban en alguna de las fondas.
Para entretenernos, acostumbrábamos organizar competencias entre nosotros mismos. Aquel que juntara más “varillas” de los cohetes y luces, era el ganador. Al estallar, seguíamos con la mirada la caída de estos desde lo alto, ¡Cómo nos encantaba este juego!
La quema del torito era otra de nuestras atracciones. Los menos valientes nos escudábamos entre los pilares del portal quemado. Los buscapiés y chifladores pasaban zumbando; pero era muy emocionante observar la estampida de chiquillos cuando eran perseguidos por el toro.
Los castillos de fuegos artificiales se siguen colocando donde mismo, es decir, al pie del templo de San Francisco de Asís; pero ahora se utilizan otras técnicas. No se hacen hoyos para colocar el poste que sostiene las armazones y han surgido también nuevas alegorías de luces.
El consumo de cerveza y la proliferación de bandas musicales son mucho mayor ahora. Los sonidos se confunden entre sí haciendo inentendibles las melodías.
Yo no dispongo de recursos para darme “esos lujos”. Mis percepciones apenas sí me alcanzan para zamparme, junto con mi familia, un hot dog, dos o tres tacos y una agua de kool aid; pero tampoco me hace falta más. Puedo escuchar la música de las bandas sin desembolsar un solo peso; y en lugar de cerveza puedo saborear una nieve de galleta, de esas que tanto me gustan.
Veo a los jóvenes eufóricos con los ruidos de la banda; están alegres, ríen, bromean. Algunos se acarician, se besan; ¿Son felices? Parece que sí, pero yo me pregunto, ¿Por qué tanto ruido para ser feliz?
La felicidad también depende de algunas cosas. Depende si es fin de semana o si es período de vacaciones. Depende si estoy en la ciudad, en la montaña o en la playa. Depende de si estoy solo, si estoy con mis amigos, si estoy con mi familia. Sí, depende de muchos factores; pero recuerda, hay un factor que no falla: esta noche, tú, yo, la novia, el novio, la esposa, los amigos, ¡Todos buscamos este día ser felices!
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