AHUACATLÁN.
Entrecierro los ojos y dejo que mi memoria me lleve de regreso a la década de los 70’s en Ahuacatlán.
Es sábado por la mañana. Hoy no hay clases, ni el ajetreo de los libros y las tareas. Hasta el lunes regreso a la escuela, con ese horario que tanto me gusta: entro a las 9 de la mañana y salgo al mediodía, luego regreso por la tarde, a las 3, y la jornada termina dos horas después. Pero hoy es distinto, hoy es sábado y tengo el día libre.
Camino por la zona centro y todo se siente familiar. La calle está casi vacía, solo veo la camioneta de Chepote.
Los ecos de voces y risas llegan desde «La Trinca», mientras la tortillería de don Elías Jaime está abarrotada. Mujeres van y vienen, cargando sus baldes de nixtamal y de masa, haciendo fila para las tortillas frescas del día.
Más adelante, me cruzo con un hombre bajito que vende nieves y giro en la esquina donde Ramiro Llamas despacha mercería. “Me da un cierre de 20 centímetros, por favor”, escucho a alguien decir mientras continúo mi recorrido.
Sigo por la calle Libertad, rumbo al norte. El ruido de un motor resuena en la finca donde despachan paletas.
Al pasar, noto el restaurante de Elena y, unos pasos más adelante, la casa de la familia Romero Ibáñez. Sigo caminando y llego a la tienda de Las Chentonas, o como todos la llaman, “La Vicentema”.
Doy vuelta a la izquierda y ahí están las hijas de don Pancho Parra, siempre sonrientes, atendiendo a los clientes. Camino un poco más y paso por el estudio fotográfico de don Toño López.
Finalmente, llego al portal del comercio, o portal de La Purina. Una mujer delgada atiende a sus pajaritos enjaulados, mientras cuentos y revistas inundan la finca.
Casi enseguida veo a «El Charrito» con sus pepinos frescos. No muy lejos, Lala está en la tienda de «La Fama». Unos metros adelante aparece una fonda que parece ser de la familia López Meza.
Cada esquina, cada persona, cada pequeño detalle trae de vuelta esos tiempos tan sencillos, tan nuestros.
Despierto, regreso al presente, y pienso en cómo han cambiado los tiempos.
Hoy, Ahuacatlán sigue vivo en mis recuerdos, tal como era entonces, con esa esencia que permanece intacta en mi memoria.
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