Con una raída cobija terciada al hombro, pantalón y camisa percudidos, arribó a Ixtlán del Río, Manuel de Jesús Pacheco Petch.
Flaco, pero aparentemente correoso, este hombre recorrió la zona centro en busca de ayuda, pidiendo uno, dos o tres pesos:
- “Si quiere no me los regale; dígame que puedo hacer para ganármelos”, se le escuchaba decir.
Paso a pasito, sin prisa, arribó a la presidencia municipal a eso de las 12 del mediodía. Se introdujo a las oficinas de la planta baja y luego subió al segundo piso con el propósito de seguir recabando algunos pesos y continuar con su camino.
Bajo de nuevo las escaleras y antes de salir a la calle conversó con nosotros unos momentos. Manuel de Jesús confesó que es originario de un pequeño poblado que se ubica a escasos 30 kilómetros de Mérida, Yucatán.
Explica que las circunstancias lo orillaron a dejar su tierra natal para probar fortuna en los Estados Unidos y que, sorteando muchos peligros y después de muchos intentos, logró establecerse en el estado de Virginia.
En aquel entonces tenía 23 años y no sabía nada de vicios. Le iba bien en el trabajo, pero las malas amistades fueron truncando su futuro. Se enroló con pandillas y empezó a probar cigarros, alcohol… ¡Hasta caer en las garras de las drogas!
Manuel de Jesús lo admite, e incluso revela que fue a causa de sus vicios que se vio envuelto en otros problemas, los cuales a su vez lo condujeron a la cárcel, donde conoció de todo; por eso afirma que ahora no le asusta nada, ni siquiera los enfrentamientos a balazos.
Durante siete años anduvo divagando, hasta ser deportado; y no hace mucho que decidió regresar a su natal Yucatán, con vicios y sin dinero.
- “Fracasé, voy con mi familia, a ver si todavía me quieren”, señala cabizbajo.
Asegura que al pasar por Mazatlán fue asaltado por pandilleros, “me quitaron todo. Dinero no porque no traía, pero se llevaron mi ropa, cámara y algunos cosméticos”, señala.
Manuel de Jesús pacheco tiene ahora 31 años. Soltero y sin hijos; “¿no serás del otro bando?”, le inquiere el reportero, ya entrados en confianza. “¡¿Qué pasó paisa!? A mi no se me hace agua la canoa, ¡Soy machín!, ¡Nomás véame!”, responde al instante mientras esboza una sonrisa.
Antes de retirarse confiesa que domina perfectamente el maya, pero se abstiene de hablar en su dialecto “porque de todos modos ni me van a entender”, subraya, antes de posar para la foto.
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