3.- Después de haber saboreado a la Naranja Mecánica en el Mundial de Alemania 1974 y de ponerme triste porque en el fútbol no siempre gana el equipo que maravilla al mundo como en este torneo donde nació el concepto total, la colectividad, de que todos los jugadores defienden y todos atacan; comencé el tema de amor con los Pumas.
Era un enamorado de la música en inglés y me juntaba con Francisco Javier alias “El Capi” en las mañanas en la escuela Secundaria Amado Nervo y en la tarde cantábamos Filosopher de Yellowstone y Sealed with a kiss, de Bobby Vinton y me contaba de sus viajes a Estados Unidos.
Por eso le fui al Pumas, por el amor que me nacía a borbotones por conocer, por admirarme de mí alrededor. Me sentía parte de los movimientos universales y no solo era el barrio. Canal 58 de Guadalajara, en la Radio AM, fue uno de los detonantes para vibrar de felicidad a mis catorce años en la época pre internet.
Pronto llegó el primer título, campeones de copa y campeón de campeones en la temporada 74-75. Seguirlos –y más por “Cabinho” que corría como un caballo prieto azabache en el tiempo del Cruz Azul– era una de las pasiones que alegraban mi vida de muchacho pobre.
Anduve de casa en casa viendo las novedosas televisiones que tenían los pudientes de la clase media para arriba, hasta que mi hermana Gloria, que se había recibido de profesora, le compró a la familia Guzmán Arce un comedor rojo de seis sillas, una sala de estructura de madera de cojines azules, y sobre todo una televisión marca Philco con patas y con una pequeña rueda incrustada para cambiarle de canal.
La felicidad material entraba a la casa de la calle la Paz. Nos aventamos el Mundial de Alemania desde las cinco de la mañana y procurando que la pantalla encendida no molestara a mi padre Manuel, la cubríamos con nuestros emocionados cuerpos y sin sonido veíamos el rosario de partidos.
La febril relación del balón y el pie nos dejaba sin comer bien. Todas las noches en la cuadra de la calle Arista, se juntaba un razal para jugar dos, tres horas hasta quedar exhaustos. Íbamos con la fiereza por culpa del hambre a otros barrios o venían a jugar pandillas en la calle empedrada y semioscura en la plena comunión con el triunfo o la derrota.
Se terminaba el partido porque el balón se nos perdía en un corral o en una azotea prohibida. Ya iniciábamos la famosa imitación y tener la identidad con algún futbolista que veíamos en la tele o lo teníamos en un cartel cortesía del periódico “Esto”. Yo quería ser Johan Cruyff, el cerebro de la selección de Holanda. Sentía que me parecía en su estilo y en su liderazgo; déjenme soñar, pero para meter goles ya creía en Santo “Cabinho”.
En esos años la comercialización se daba de manera rápida por la necesidad de aprovecharse de la masificación del fútbol y surgieron buenos locutores –como Ángel Fernández– que aprovecharon para descargar su vena literaria por culpa de un balón que ya comenzaba hacer propiedad privada de los monopolios.
Nosotros todavía seguíamos sudados de todos lados siguiendo a los rivales para quitarles el balón de cuero, que mojado era una piedra de volcán que era capaz de dejarte un dolor de cabeza toda la semana. Pero ya teníamos equipo favorito y discutíamos por culpa de los jugadores y por nuestro apasionado verbo principiante.
Nos fuimos acostumbrando a que las tardes de los sábados era el partido del Cruz Azul- Alberto Quintano, Eladio Vera- y los domingos del América -Carlos Reynoso y Enrique Borja- o del León, claro cuando el América o las chivas lo visitaban. Televisaban pocos partidos, el resultado del Atlas en la función sabatina de Box lo decía Antonio Andere con su voz pausada y cansada y luego nos recordaban que el Toluca jugaba a las once, hora central, en La Bombonera. Ángel Fernández llegaba al programa musical de “Siempre en Domingo”, para cantar los resultados en la época pre quinielas y yo con el corazón en el puño por saber de mis Pumas. La derrota significaba tristeza y soledad durante noches y días hasta el siguiente partido.
4.- En el inicio de las vacaciones de verano en la Preparatoria 6, cuando había concluido el cuarto semestre de Ciencias de la Salud y éramos amantes del cine –porque llegaban producciones italianas ¿Sí recuerdas a Lando Buzzanca?, francesas y películas mexicanas, aunque ya se venía el vendaval de Hollywood–; el tres de julio de 1977 el Pumas logra su primer campeonato de liga jugado a dos partidos contra otro equipo de melenudos e irreverentes con el nombre poético de “Los Leones Negros de la U de G”.
En el de ida, jugado en el Estadio Jalisco, quedaron cero a cero y en el partido de vuelta –creo que me acuerdo que lo jugaron en el Estadio Azteca– ganaron uno a cero. Fue mi locura personal. En dos temporadas yéndole, ya me sentía dueño de logros y de la multiplicación de goles del delantero de rizos.
Despuntaba un joven que se le estaba quedando el apodo en una guerra de patadas: “El Niño de Oro”, Hugo Sánchez. Otro jugador excepcional Juan José Muñante “La Cobra”, que se movía zigzagueante y burlaba tantos defensas que significaban pases para gol.
Recuerdo al técnico ya anciano pero sabio y para variar húngaro, Don Jorge Marik. Fueron los meses que un grupo de amigos jugábamos en el equipo naranja de La Prepa que con nuestra velocidad y alegría cansábamos a cualquier equipo que se nos pusiera enfrente.
Participamos en el torneo regional y en representación de la escuela. Fuimos a Santiago Ixcuintla, Compostela, Tepic, a las canchas horripilantes de la Ciudad de la Cultura.
El tercer campeonato de liga lo sentí como una bocanada de aire limpio y cuando estaba saliendo de mis depresiones de joven por culpa de sentir y pensar de más. Por la sensibilidad de escribir textos de melancolía, poemas mal logrados por los pleitos con la metáfora y discusiones del comunismo contra el capitalismo. Por la contradicción de sentirme un tonto útil o un inteligente inútil y por un amor Rosa que se fue para siempre y que marcó mi adolescencia en dos tiempos.
El muchacho de veinte años festejando, en los cursos de verano de la Normal Superior en Nivelación Pedagógica, el marcador global de cuatro goles a dos contra el Cruz Azul. Dos goles soberbios de Hugo Sánchez, producto de exportación que mandábamos al Atlético de Madrid.
Ahora un Serbio, un tal Bora era el Comandante en Jefe de las fuerzas armadas azul y oro ¿No podíamos los Pumas tener un técnico normal? El señor apellidado Moreno, el de los cuentos y periódicos, tenía su puesto entre la calle Hidalgo y 5 de Mayo y ya era referencia para estar informados de los resultados.
También la televisión ya contaba con programas deportivos con aquel imbatible y precursor José Ramón Fernández con “DeporTV” en Inmevisión, mientras Televisa contaba con “Acción”. Ya daba sus primeros ladridos “El Perro” Bermúdez y dando muestras de ignorancia por el manejo del lenguaje. Con razón Ángel Fernández no lo podía oír ni a un milímetro de distancia.
Pasaron algunos años de sobrevivencia. Estudiando y trabajando de profesor, se perdieron finales como aquella estúpida final extra cuando Televisa quería meter a base de comerciales y trampas a su equipo y perdimos de manera descarada. En esa triste historia cabe mi tristeza personal cuando martirizado por mi decisión tomada de vivir por la Pico boulevard me alcanzó la derrota.
Pero contra llegó la revancha, venganza, el gol del Tuca, el tercer título y con razón fueron catorce caguamas en una cubeta en el Pueblo El Rosario… Continuará el próximo viernes.
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