Plantó un nuevo proyecto, la semilla multiplicada en la tierra fértil, confía que sin descuidos, con respeto a la naturaleza, tendrá cosecha de aguacates en algunos años.
Don Jesús González todas las mañanas maneja hasta su huerto rumbo a Sayulapa, como una procesión bíblica, sin descuidar los detalles ni perder la fe en la mística del trabajo que redime como el patriarca de catorce hijos: Socorro, Carmen, Teresa, Jesús, Ramón, Marta, Ana Rosa, José Luis, Isabel, Lucero, Mary, Manuel, Laura y Carlos.
Don Jesús de cuerpo fuerte, rostro sereno y pensamientos profundos porque guarda y desdobla, rescata de las tinieblas los recuerdos intensos que aún conserva la luminosidad para volver con la llave de la sabiduría abrir la puerta de la memoria y traer desde lejanos tiempos los rostros de los consejos, las palabras de su madre Emilia Iriarte Monroy, originaria de Méxpan y su padre Flavio González Cambero, originario de Jala.
Desde pequeño, ante los vaivenes de huerfanidad paterna y de las necesidades de una familia que ya radica en Ixtlán, un pueblo de tejados y rústicas fachadas, es proveedor de algunos centavos como acarreador de agua y canastas de mandado y recorre los portales y las misceláneas donde se vende piloncillo, café a granel y sogas, tablas enormes de jabones primitivos porque los hermanos, Micaela, Silverio, Norberto, Juan, Hermenegildo, Francisco, Lupita y Encarnación fueron parte de la cultura del esfuerzo, del incesante trabajo que todos los días los músculos y la tenacidad es combinación para la sobrevivencia, donde la inteligencia práctica tiene sobradas razones de subsistir en el mundo de los granos y ruido de motores.
Durante los tiempos de la revolución villista estudia en la escuela primaria de “La Palma”, en Jala, cuyo profesor era Emilio González, padre y abuelo de los que fueron gobernadores de nuestro Estado y la evocaciones de sus compañeros del aula humilde como Efrén Hernández, Samuel Arreola y Cruz Curiel.
Culmina sus estudios en la escuela Licenciado Pablo Jaime Contreras en la esquina donde estaba la plaza de toros, en el mercado viejo de nuestra ciudad y en donde también estudiaron Roberto Coronado, el hijo de Polo Ramírez, entre otros como el que se apellidaba Parkinson.
Llegaron los años azarosos de pólvora y cristeros y sirvió llevando recados y dinero a los levantados porque sus tíos maternos apoyaron la revuelta. Tuvo que huir por el castigo de muerte que rondaba en estas calles de polvo y empedrado yéndose a refugiar a Puente Grande.
Al tiempo y ya con la adolescencia y juventud encima, trabajó como chofer en un novedoso taxi, propiedad de su hermano Silverio y conoció los pormenores del volante y la frialdad de los caminos de terracería y sus peligros; la alcurnia del hotel Madrid hasta la estación del ferrocarril, en el paisaje de nuestros cerros ancestrales del valle de la luz, el color y el poblado incierto.
En compañía de su hermano Francisco se aventura para viajar a Tecuala y realizar diversas labores, pero había algo que lo perturbaba y no lo dejaba con el espíritu en calma.
Regresa cuando se construye la carretera internacional 15 y se amplía la Hidalgo, pero regresa por sobre todo para enamorarse de la joven Petra Frías Salinas, porque estaba escrito en las estrellas, en las líneas de la mano, en la fuerza de la sangre y en las banderas que ondean en los vientos del sur ante los llamados de los corazones que se entretejen.
La muestra está en la multiplicación de los peces y los panes, los catorce hijos como muestra del amor. Una generación que superaba las trampas y retos mayúsculos porque con ingenio, con fortaleza y las enjundias que deparaba el destino podían tener respuestas como la culminación de labores que iniciaban al alba y concluían cuando caía la noche, como se decía “de sol a sol”.
Ante el acontecimiento histórico logra comprar un camión tropical que transporta al personal de maquinaria que abren los senderos para la modernidad. Pionero en abrir la ruta hasta El Refugio pasando Tetitlán, Tequepexpan, Zapotanito, Santa María del Oro. Primero en viajes de sitio a la admirable Guadalajara saliendo los lunes y jueves.
Osado logró llegar de Ixtlán a Jala por vez primera inventando su propia carretera por el cerro de La Cruz en Méxpan, con dos yuntas de bueyes tumbando cercas, huizaches, levantando piedras bajo la luz de la luna para alcanzar su destino en una semana agotadora.
Iniciador de la fábrica de mosaico “La Luz” y la comprobación de sus vestigios están las banquetas de la calle Allende y Morelos, la casa de Concha Caro. Importar una bloquera desde Alemania, por Tampico, Tamaulipas con su socio Emilio Cossío. Instalar el primer lavado y engrasado de autos en nuestra ciudad.
De iguales intensidades sus artes y oficios como delegado de tránsito en su patria chica adoptiva siendo gobernador el General Juventino Espinoza; fundador y presidente del sitio Ixtlán; miembro del Club Cinegético en el año de 1958 cuando su presidente era el compañero de escuela, el doctor Roberto Coronado Rivera y el secretario profesor Antonio Sánchez; fundador y presidente del ACASPEN y de carga liviana de esa misma organización en tiempos del General Rogelio Flores Curiel; el primer propietario de un camión de volteo en Nayarit en 1942; regidor en el gobierno de Ramón Parra Ibarra.
Don J. Jesús González Iriarte, en su ejemplo, en la cultura de la dedicación y la del esfuerzo, así como abrió rutas nuevas y largos viajes, se salvó de un atentado y escudriñó los secretos minerales de la tierra, ha sido un hombre consistente que en estos instantes, en la brillantez de su existencia y rodeado de sus catorce hijos valiosos, quince nietas y quince nietos que adora, sus diez bisnietos y diez bisnietas que se enternece y un tataranieto continuador de los González de aquella luz suprema del 13 de enero de 1915 en Jala ante el majestuoso Ceboruco, de un hombre fuerte de alma y carácter para conquistar la vida, un hombre Centuria a sus 101 años donde la dicha supera cualquier desgarradura.
Brindemos con el vino más profundo y dulce, con el licor que enaltece a un hombre que seguirá entre nosotros porque se le estima, se le quiere por la obra del trabajo que enaltece. Es la semilla multiplicada en tierra fértil que plantó en un huerto de cada alma de los González Frías… para siempre.
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