Mientras esperábamos el inicio del certamen el pasado sábado, me senté unos momentos tratando de ubicar la mejor posición. Me acerqué después a Jaime Llamas, resolvimos el problema y ocupamos nuestro lugar. Veía el paso de los meseros, de la gente y de pronto quedé absorto, como ensimismado.Meditaba: ¡Cuán bella es la vida!; pero también ¡Cuántos vericuetos se encuentra uno en el camino!
Imposible atravesar la vida sin que un trabajo salga mal hecho; sin que una amistad cause decepción; sin padecer algún quebranto de salud; sin que nadie de la familia fallezca; sin que un amor nos abandone; sin equivocarse en un negocio. Ese es el costo de vivir.
Sin embargo, lo importante no es lo que suceda, sino como reaccionamos.
Si te pones a coleccionar heridas eternamente sangrantes, vivirás como un pájaro herido incapaz de volver a volar.
Uno crece cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe. Uno crece al aceptar la realidad y al tener el aplomo de vivirla. Crece cuando acepta su destino, y tiene voluntad de trabajar para cambiarlo.
Uno crece asimilando y aprendiendo de lo que deja detrás, construyendo y proyectando lo que tiene por delante. Crece cuando se supera, se valora, y da frutos. Cuando abre camino dejando huellas, asimilando experiencias… ¡Y siembra raíces!
Uno crece cuando se impone metas, sin importarle comentarios negativos, ni prejuicios, cuando da ejemplos sin importarle burlas, ni desdenes; cuando se es fuerte por carácter, sostenido por formación, sensible por temperamento, ¡Y humano por nacimiento!
Cuando enfrenta el invierno aunque pierda las hojas, recoge flores aunque tengan espinas y marca camino aunque se levante el polvo.
Uno crece ayudando a sus semejantes, conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que recibe. Uno crece cuando se planta para no retroceder; cuando se defiende como águila para no dejar de volar; cuando se clava como ancla en el mar y se ilumina como estrella. Entonces, uno crece.
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