Reynaldo Uribe dormía tranquilamente junto a su esposa Julia. Llevaban dos meses de casados y era como si todavía estuvieran en su luna de miel. Todo parecía ir bien para el joven matrimonio. Ambos tenían empleos bien pagados, habitaban un hermoso apartamento, poseían un auto nuevo y la vida les sonreía por todos lados.
De pronto “Rey” se despertó. Julia, la joven esposa, parecía sufrir una pesadilla. Hablaba en sueños. Pronunciaba un nombre bien conocido por Reynaldo. El nombre era de otro hombre. Julia, en su sueño, revelaba una aventura amorosa con ese otro hombre. Las palabras que pronunciaba dormida la delataban. La verdad era que Julia no le había sido fiel a “Rey”. Esto ocurrió en Tepic, no hace muchos meses.
Reynaldo se levantó en el mayor silencio. Fue hasta la cocina, donde se armó de un largo cuchillo de cortar pan. Volviendo al dormitorio, clavó el arma en el pecho de su esposa, quien quedó muerta en el lecho, pasando de un sueño de amor a un sueño eterno de condenación.
Esta historia de amor que tiene un final trágico revela por lo menos dos cosas. La primera es que el adulterio es uno de los males más extensos y que más daño hacen a la felicidad de los matrimonios. La segunda es que nuestro subconsciente, que registra todo lo que hacemos, puede convertirse en nuestro delator y acusador cuando nos quedamos dormidos.
Mientras la conciencia duerme, el subconsciente vela. Y entonces, en ciertos casos, aprovecha la lengua y los labios del dormido para hablar de algo que le preocupa.
Pero cuando nuestra conciencia está limpia y tranquila, cuando nuestra vida carece de asuntos ocultos y faltas contra el hogar, cuando nuestra existencia es intachable porque se rige por las santas ordenanzas de Dios, entonces no hay temor de hablar en sueños.
¿Qué podemos hacer para que nuestra vida sea limpia, sana e intachable? Hay una sola manera de lograrlo: permitiendo que el Señor sea nuestro Salvador, nuestro Señor y nuestro Maestro. Solo Cristo puede cambiar nuestra vida de tal modo que nuestro subconsciente y nuestra conciencia sean igualmente limpios.
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