Un granjero fue un día a sus establos a revisar sus bestias de carga. Entre ellas se encontraba su asno favorito, el cual siempre estaba bien alimentado y era quien cargaba a su amo.
Junto con el granjero venía también su perrita faldera, la cual bailaba a su alrededor, lamía su mano y saltaba alegremente lo mejor que podía.
El granjero revisó su bolso y dio a su perrita un delicioso bocado, y se sentó a dar órdenes a sus empleados. La perrita entonces saltó al regazo de su amo y se quedó ahí, parpadeando sus ojos mientras el amo le acariciaba sus orejas.
El asno celoso de ver aquello, se soltó de su jáquima y comenzó a pararse en dos patas tratando de imitar el baile de la perrita. El amo no podía aguantar la risa, y el asno arrimándose a él, puso sus patas sobre los hombros del granjero intentando subirse a su regazo.
Los empleados del granjero corrieron inmediatamente con palos y horcas, enseñándole al asno que las toscas actuaciones no son cosa de broma.
No nos dejemos llevar del mal consejo que siempre dan los injustificados celos. Sepamos apreciar los valores de los demás.
¿Cuántas veces hemos visto a otras personas hacer el ridículo intentando imitar a otros o realizar alguna tarea para la cual no están capacitados? El problema es que no sólo los demás cometen tal error, sino que nosotros también.
La fábula de hoy nos muestra cuán desastrosos consejeros suelen ser los celos y la envidia. No sólo nos enferman sino que también nos llevan a traer sobre nosotros el ridículo y la pérdida de credibilidad para con quienes nos rodean. Sepamos ubicarnos en el centro de los planes de Dios para nuestras vidas y valorar y utilizar al máximo los dones y habilidades que Él ha puesto en nuestro haber, y no tendremos que preocuparnos por lo que le pasó al asno de la fábula.
Adelante y que el Señor les bendiga.
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