Era un viernes por la mañana. Lidia llegó a sus clases y sabía que iba a ser un día de diversión. En la pared estaba un blanco grande, y en una mesa próxima estaban muchos dardos.
El doctor Estrada les dijo a los estudiantes que dibujaran una foto de una persona que no les gustara, o de alguien que los haya puesto furiosos, y él les dejaría tirar los dardos a esa foto.
La amiga de Lidia dibujó una foto de una muchacha que le había robado a su novio. Otra amiga dibujó la foto de su hermanito. Lidia, por su parte, dibujó una foto de un amigo anterior, poniendo muchos detalles en su dibujo. Hasta le dibujó las espinillas de la cara.
Estuvo satisfecha con el efecto que ella había alcanzado. Se alineó en la fila para tirar los dardos. Algunos de los estudiantes lanzaron sus arpones con tal fuerza que sus blancos fueron rasgados.
Lidia miraba adelante en espera de su turno, y entonces se llenó de decepción cuando el doctor Estrada, debido a límites de tiempo, pidió que los estudiantes volvieran a sus asientos.
Cuando se sentó con el pensamiento de que estaba muy enojada porque ella no tuvo una ocasión de lanzar ningún dardo a su blanco, el doctor Estrada comenzó a quitar los blancos de la pared.
Por debajo del blanco estaba una foto de Jesús. Un silencio cayó sobre el cuarto mientras que cada estudiante vio desmantelada la foto de Jesús; los agujeros y las marcas dentadas cubrieron su cara, y sus ojos fueron perforados.
El doctor Estrada dijo solamente estas palabras:
- Si a uno de tus semejantes les haces un daño, me lo haces a mí. Así dice Mateo 25:40.
No había necesidad de otras palabras. Las lágrimas llenaron los ojos de los estudiantes, centrados solamente en el cuadro de Cristo.
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