La música aquí y en China tiene un solo lenguaje, o mejor dicho, es políglota, puede hacerse entender en todos los idiomas que hay y, a través del oído, llega al corazón. ¡Qué órgano tan resistente es el corazón! Puede soportar odios, celos, amor y tristeza. En realidad, no es el corazón el que paga las consecuencias, sino el espíritu.
Hay espíritus proclives a las bebidas espirituosas (y no es pleonasmo). Como aquella joven mujer de Bakersfield, Miram su nombre, quien gustaba de acompañar los tragos de tequila con canciones de Ramón Ayala; y viceversa, no escuchaba canción sin tomarse un par de “morenas”. En el field le cantábamos “La niña quiere cerveza”, y con eso había para que perdiera la cabeza.
Es obvio: “la música no es canción”, y otra vez póngalo al revés, “la canción no es música”. La melodía no necesita palabras, sólo una buena combinación de tiempo y sonido, por eso en cada lugar, en cada momento, se hace presente, aparta el silencio. La poesía, en todo caso, es la mejor compañera de la música.
Hay, empero, aquellas canciones que suelen trastocar lo más profundo del espíritu sin que sean composiciones musicales extraordinarias. Son aquellas que por su mensaje, extasían a sus oyentes. Como nuestra amiga la chaparrita, que en las noches de disco explotaba en llanto cuando Carlos, El Choris, le ponía “La célula que explota”.
Si ya tenemos la música y la canción en acción. ¡Imagínese cuando agreguemos el ambiente propicio…! (Los puntos suspensivos que siguen antes de cerrar el signo de admiración son para que el lector le acomode el lugar que más le motive, sea una playa bajo la luna llena, la cima de una montaña como El Ceboruco o el cuarto de su casa, en cuestión de gustos no nos metemos).
También hay escenarios arreglados que sirven. Antes en mi rancho solía ser el Club Social y Deportivo. Ahí nos metíamos a pescar, teniendo cada quien su propio cebo, sus mejores técnicas para que las muchachas accedieran a acompañarnos a la pista. Ellas no se dejaban impresionar fácilmente; queremos decirles, el primer requisito era “seguridad”. Las mujeres necesitaban hombres seguros, que les brindaran confianza al pedirles o exigirles el baile, hasta en eso radicaba la técnica.
Para no desviarnos con más detalles del cortejo en el baile, la música en las discos también tiene que seguir un desarrollo de ascenso y descenso. El DJ sabe que el corazón late al ritmo de la música (existen los que además mueven los pies con cadencia), y no debe permitir que el payaso de rodeo, por ejemplo, se prolongue demasiado, pues acabaría con los bailadores, y de paso con su ritmo cardiaco.
Concluyendo: La música sigue un camino más corto al corazón. Las canciones primero deben pasar por la mente. Es curioso que de niños aprendamos a leer cantando, de hecho, el sonido articulado es lo que nos permite comunicarnos desde que somos bebés. No obstante, hace poco leímos un artículo que decía que estos pequeñines se comunican desde que nacen con la mirada o con los movimientos confusos que hacen.
… Dicen que el ojo es la ventana del alma… Continuará.
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