Report-arce
Vengan, acompáñenme al castillo Studio Palú, de puente levadizo, fosa de agua que rodea a la muralla, torres en las esquinas y la puerta de hierro. 5 de Mayo, cincuenta, segundo piso. Subo despacio sin interrumpir, en esta tarde transparente cuando entre nubes sale el sol y se siente fresco. Un espejo que cubre una pared, tres pilares, ventanales, dos ventiladores.
Diplomas pegados de reconocimientos y agradecimientos de asociaciones, escuelas y gobiernos; agrestes caminos para llegar y el distintivo de cumplimiento. Javas de madera, coloridas y adornadas tienen los nombres donde dejan su ropa casual.
Un cesto de pelotas, palos de escobas pintados y duermen dos niños en un colchón de plástico azul. Una niña come una manzana como en el cuento infantil y colorea un libro de dibujos. Está la cámara de madera y sus rodetes, el pedestal como las de antaño, sirviendo de utilería en el fingimiento de grabación. Intento no hacer ruido porque al fondo están las ninfas, sirenas y las bailarinas en su mundo de flores y mariposas, con los movimientos que se dejan llevar al compás de la música que inunda el ambiente.
Evocaciones a los sueños y pesadillas en el piso blanco de maravillas. La Academia de baile cuyo nombre original fue 22 y 32 son las edades, cuando en el instante de fuego los atrapo el amor, de Manuela Luna Bárcenas, originaria de México y Jesús Parra, nacido en Magdalena y ya de Ixtlán.
Me ofrece Jesús una botella de agua mientras persigo con mis ojos las estelas que las niñas llevan la delicadeza en sus manos y brazos en uno de los momentos sublimes de la danza. Me imantan unos ojos negros que no dejo de mirar mientras se hace conjeturas del por qué está un visitante vestido de blanco. No se inmuta sigue en su ensayo levantando la punta de sus zapatillas color perla como un bello cartel universal.
Los destellos de la armonía provocados por la melodía que emerge de la computadora y la bocina, iluminando capullos y los bosques de Francia, senderos aquellos los tengo en mis pupilas ante el viento y las ondulaciones de las bailarinas vestidas de negro y de pelo atado. Observo sus ojos divinos, sus manos y brazos de espigas de trigos en campiñas de siglos pasados y parecen celestiales en esta rutina cuando los comercios a esta ahora están solos porque nos gana el silencio.
El arte y la cultura no tienen distingos, al amor en lo que se cree y se defiende. En la entrada se lee: “aviso, semana de pago mensual…agradecemos su puntualidad, para una mejor administración se suspenden los pagos por cada clase”.
Me siento en una silla y antes de preguntarle a Jesús, que viste de pantalón deportivo, camiseta blanca, boina negra, su barba singular sin bigote, los vestigios de su adolescencia, aretes negros y pequeños. Sigo prendido en lo que los cuerpos deslizados y trocados ente la inmensidad de expresiones artísticas frente a ellas mismas gracias a sus otras yo, magnificadas por el espejo para de nuevo descubrirse en la eternidad del instante.
Me sirve para peinarme desde lejos y tomar otro sorbo de agua, y Jesús aprovecha este espacio para fotografiar el momento que quedará en el reportaje y apasionadamente lo hace mientras Manuela sigue con su ejemplo los compases que disfruta.
Me llena de alegría esta pareja que gracias a su tenacidad y golpes ruines que les acontecen en su local de Ahuacatlán y algunas indiferencias en la ciudad, han podido defender este castillo maravilloso. Me siento hechizado y aún no me quiero ir por la música hermosa y rodeado de cisnes que en el viento y agua abren sus alas y con ellas mi corazón…
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