Según una antigua tradición de ciertos templos Zen japoneses, si un monje ambulante sale airoso de una discusión sobre budismo con uno de los monjes residentes, puede pasar allí la noche. En caso contrario, tiene que irse.
En el norte de Japón había uno de estos templos, dirigido por dos hermanos. El hermano mayor era muy erudito y el hermano menor era más bien tonto y sólo tenía un ojo.
Cierta tarde un monje ambulante llegó a pedir alojamiento. El hermano mayor estaba muy cansado, pues había estado estudiando durante muchas horas, así que le dijo al hermano menor que fuera y se hiciera cargo de la discusión. “Pide que el diálogo tenga lugar en silencio”, dijo el hermano mayor.
Poco después el viajero se acercó al hermano mayor y dijo: “Qué tipo tan encantador es tu hermano. Ha ganado limpiamente la discusión, por lo que tengo que irme. Buenas noches”.
“Antes de marchar – dijo el hermano mayor – te ruego que me cuentes cómo fue el diálogo”.
“Bien – dijo el viajero –, en primer lugar levanté un dedo para representar a Buda. Entonces tu hermano levantó dos dedos, para representar a Buda y su doctrina. Así que yo levanté tres dedos, para representar a Buda, su doctrina y sus seguidores. Entonces tu avispado hermano agitó su puño cerrado ante mi cara, para indicar que los tres procedían de un mismo acto de comprensión”. Dicho lo cual el viajero se marchó.
Poco después llegó el hermano menor, con un aire muy preocupado. “Me he enterado de que ganaste la discusión”, dijo el hermano mayor.
- “No gané nada replicó el hermano menor. Este viajero es un hombre muy bruto”.
- “¿Sí? – inquirió el hermano mayor –, dime el tema de la discusión”.
- “Pues – dijo el hermano menor –, en cuanto me vio, levantó un dedo para insultarme indicando que sólo tengo un ojo. Pero siendo forastero, pensé que tenía que ser cortés, por lo que yo levanté dos dedos, felicitándole por tener dos ojos. Ante lo cual, el miserable grosero levantó tres dedos como queriendo decir que entre los dos, sólo teníamos tres ojos, por lo que me enfadé y le amenacé con darle un puñetazo en la nariz. Así que se fue”.
El hermano mayor se rió.
Todas las discusiones son fútiles y estúpidas. La discusión es tonta en sí misma, porque nadie puede llegar a la verdad mediante la discusión, mediante el debate. Podrás conseguir alojamiento para la noche, pero nada más.
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