Érase una vez un rey de la India con tres hijos tan buenos y considerados que no sabía a cuál de ellos confiar la responsabilidad de su sucesión. Sólo consiguió solucionar esta grave indecisión gracias a una especie de concurso para determinar la posible valía de cada uno de ellos: pediría que le trajeran la camisa de un hombre feliz y quien superase este examen se quedaría el trono.
Arun, el hermano mayo, optó por ir a buscar un ser de estas características a la parte alta de la ciudad, donde vivían los nobles en sus palacios. Suponía que los poderosos gozaban de esta plenitud gracias al placer que comportaba poder disfrutar de este dinero. Después de una semana de buscar infructuosamente un hombre que, además de estar harto, se aterviera a afirmar que era feliz, desistió.
Karim, el mediano, después del fracaso de su hermano mayor, buscó entre los sabios y artistas de su país. Ilusamente pensaba que la sabiduría o la belleza podía estar más cerca de la bienaventuranza que no la fortuna. Pero no tuvo resultado alguno.
Finalmente, Doemé, el más pequeño, estaba absolutamente desconcertado, sin saber dónde tenía que ir a buscar. Estaba tan confundido con el fracaso de sus dos hermanos mayores, y le resultaba tan pesada la misión que le había encargado su padre, que decidió pasear un rato para distraerse. Mientras caminaba por un sendero, escuchó a un joven cantar y silbar mientras jugaba en una corriente de agua formada por una tormenta. El detello de luz que se escapaba de sus ojos no le podía traicionar: finalmente había localizado un hombre feliz. Inmediatamente se le acercó y, jadeando todavía, le preguntó dónde guardaba la camisa. Su respuesta, aunque decepcionante, no podía ser más sincera: «No tengo camisa» …
Quise compartirles esta fábula centroeuropea porque una semana atrás captó mi atención la imagen de unos niños que pasaban un buen rato por un suceso ocasional y tan trivial para muchos, como una tormenta fugaz que es tan escurridiza como el momento mismo en que, sin pensarlo, nos arrojamos a la aventura de atrapar el momento con nuestros sentidos. (La fotografía fue extraída del muro de Martín García León).
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