Hace años, un inspector visitó una escuela primaria. En su recorrido observó algo que le llamó poderosamente la atención. Una maestra estaba atrincherada atrás de su escritorio, los alumnos hacían gran desorden; el cuadro era caótico. Así que decidió presentarse:
- Con permiso, soy el inspector de turno, ¿algún problema?
- Estoy abrumada señor, no se qué hacer con estos chicos. No tengo láminas, el inspector no me manda material didáctico. No tengo nada nuevo que mostrarles ni qué decirles.
El inspector, que era un docente de alma, vio un corcho en el desordenado escritorio. Lo tomó y con aplomo se dirigió a los chicos:
- ¿Qué es esto?
- Un corcho señor –gritaron los alumnos sorprendidos–.
- Bien, ¿De dónde sale el corcho?
- De la botella señor. Lo coloca una máquina, del alcornoque, de un árbol, de la madera, –respondían animosos los niños–.
- ¿Y qué se puede hacer con madera?, –continuaba entusiasta el docente–.
- Sillas, una mesa, un barco…
- Bien, tenemos un barco. ¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en el pizarrón y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito? Escriban a qué continente pertenece México. ¿Qué poeta famoso es de Nayarit? ¿Qué produce esta región? ¿Alguien recuerda una canción de este lugar?
Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía, literatura, religión, etc. La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:
- Señor, nunca olvidaré lo que me enseñó hoy. Muchas Gracias.
Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden.
- Señorita, ¿Qué pasó? ¿No se acuerda de mí?
- Sí señor, ¡cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?
Todos somos alumnos en esta gran escuela que es la vida, y sin embargo usamos poco la imaginación. Entonces vivimos a medias, buscando estímulos en cosas o lugares que solo nos ayudan a perder el tiempo pero que pocas veces nos hacen crecer o nos iluminan. Entonces cuando sentimos hastío y estamos cansados o deprimidos nos aferramos a las excusas: que no tengo dinero, que no me da el tiempo, que no sé qué hacer, que… y de excusa en excusa seguimos dormidos esperando que alguien cree la fórmula mágica que nos haga sentir, que nos estimule, que nos encienda.
Debemos darle paso a nuestra creatividad y dejar que nuestra imaginación despierte y nos dé las respuestas… Imaginar… Imaginar.
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