Mis hijos se escandalizan cuando les platico que de chico solíamos comer ardillas, conejos, armadillos, mapaches, palomas, tonguitas y otros tipos de animales y aves silvestres. De hecho era esa una alternativa de sustento. El dinero era bastante limitado y muchísimas veces recurríamos a estas opciones para calmar el hambre.
No era muy difícil cazar alguno de esos animales. Bastaba la compañía del inolvidable perro “El Coronel” para proveerse de alguno de esos animalitos. Con un “chiflido” el can brotaba de pronto agitando su cola como diciendo: “Aquí estoy, ¡Vámonos!”.
Con resortera en mano nos encaminábamos por el canal para de ahí adentrarnos a la zona de El Ataquito o a Las Higueras, al Mezcalar o al Coastecomate, a Las Vigas o Las coloradas; siempre buscando los cercos de piedra; y husmeando “El Coronel” ubicaba a las presas fácilmente. Su olfato era infalible; nunca fallaba.
Sus ladridos eran signos inequívocos. Se movía desesperado olfateando en los huecos. De pronto detenía sus pasos para permitirnos observar en el interior de la cerca. Para eso nosotros ya teníamos lista una vara puntiaguda; y para mejores resultados aluzábamos con un pequeño espejo hasta detectar más ampliamente al animal.
Con la vara presionábamos su cuello hasta aniquilarlo, aunque muchas veces lograba zafarse hasta salir del cerco, pero más tardaba en salir que ser alcanzado por El Coronel, el cual lo asía por el cuello hasta matarlo. No fueron pocas las ocasiones en que regresábamos con dos, tres o cuatro ardillas y al final nos repartíamos el botín.
Quitarles la piel también era muy sencillo. Primero atábamos a la ardilla de su cuello, la colgábamos de alguna rama y empezaba la maniobra. Para ello utilizábamos una navaja de rasurar y se hacían los cortes de arriba hacia abajo hasta dejarla sin cuero. Luego extraíamos sus vísceras ¡Y listo!
Era una delicia comer carne de ardilla; e igual sucedía con la carne de conejo o la de mapache, la de armadillo o la de paloma, guisada o azada en leña, más aún si era acompañada por alguna salsa, de esas que se preparan en molcajete.
Otras veces salíamos a cazar de noche, la mayoría de las veces invitados por nuestro amigo Sixto Varela quien, con rifle al hombro y su lámpara ceñida a la cabeza nos guiaba por las brechas y caminos en busca de la presa. Era entonces más común avistar armadillos y conejos, zorras y mapaches… aunque también solíamos toparnos con víboras de cascabel o coralillos.
En fin, la carne de animales silvestres para nosotros era un manjar, pero las actuales generaciones se asustan cuando les hablan de esto. ¡Qué esperanza que vayan a comer ardillas!; ahora prefieren jamones y salchichas, ya no se diga el T. bone o la arrachera. La neta, la neta, son delicaditos.
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