Las circunstancias de la vida se presentan ante nosotros como dados lanzados sobre una mesa de vidrio. No importa cómo los tiremos, pues podremos ver cualquiera de los números, variando nuestra perspectiva. En la vida hay personas que sólo ven los números bajos y otras que siempre ven los números altos…
Cuentan que un rey tenía un consejero que ante circunstancias adversas siempre decía: “qué bueno, qué bueno”.
Pero resulta que un día de cacería, el rey se cortó un dedo del pie y el consejero exclamó: “qué bueno, qué bueno”.
Cansado de esta actitud, el rey lo despidió y el consejero respondió: “qué bueno, qué bueno”.
Tiempo después, el rey fue capturado por otra tribu para sacrificarlo ante su dios. Y cuando lo preparaban para el ritual, vieron que le faltaba un dedo del pie y decidieron que no era digno para su divinidad al estar incompleto, y lo dejaron en libertad.
El rey ahora entendía las palabras del consejero y pensó: “Qué bueno que haya perdido el dedo gordo del pie, de lo contrario ya estaría muerto”.
Mandó llamar a Palacio al consejero y le agradeció. Pero antes le preguntó por qué dijo “qué bueno, qué bueno” cuando fue despedido. El consejero respondió: “Si no me hubieses despedido, habría estado contigo y como a ti te habrían rechazado, a mí me hubieran sacrificado”.
La vida es como un laberinto, con muchos caminos por tomar. En el diario caminar podemos estrellarnos contra las paredes cuando las circunstancias son difíciles. Pero hay que tomar una actitud como la del consejero de la historia: positiva y de desapego.
Nada ganamos angustiándonos, preocupándonos y torturándonos con los problemas. Para cualquier dificultad en la vida existe una razón que muchas veces escapa a nuestra perspectiva y no entendemos en el momento. No podemos entender el por qué de todas las paredes del laberinto, a menos que nos elevemos y veamos la figura completa.
La vida es un aprendizaje permanente, todo estudiante recibe primero la lección y luego los problemas por resolver. En la vida real es al revés, primero nos dejan los problemas para resolver y luego debemos deducir la lección.
De la misma forma como la tensión durante un examen hace que baje nuestro rendimiento, la vida nos prueba que la mejor forma de rendir bien es con desapego y con una buena actitud.
El estrés, el trabajo exagerado, la falta de tiempo para descansar, para la familia y para desarrollar actividades espirituales; en suma, el estar desbalanceado acorta la soga y nos quita libertad para responder. Si llegamos del trabajo con estrés y nuestro hijo comete una travesura, reaccionamos desproporcionadamente, haciéndole daño a quien más queremos.
Cuando estamos tensos y con sobrecarga de trabajo en la oficina y un colega nos hace una crítica, explotamos. Así creamos un clima laboral contraproducente y afectamos las relaciones interpersonales.
Dedícale tiempo a la persona más importante de tu vida: TÚ. Alarga tu soga ante los problemas, balanceando tu vida. Así, la próxima vez que te enfrente a una dificultad podrás decir como el consejero del rey: “¡QUÉ BUENO!, ¡QUÉ BUENO!”.
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