Report-arce
Atrás queda el bullicio, los autos que aceleran y el ruido de los motores. Tres cuadras cruzando Victoria, Tacuba y Rayón de lo que se le conoce como el barrio de Las 7 Esquinas. Apenas percibo algo de mi pasado porque las casas ya son de dos pisos, algunas antiguas de la época cuando visitábamos a “Los Balazos” amigos de Luis Santiago.
Brota el recuerdo de aquella canción de los Chicanos que anudo por los años, mis sentimientos y el paisaje: “Dime tu puente de piedra, dónde se ha ido, dónde se ha ido…si se fue por la cañada o por la orilla del río. Dime tu puente de piedra, si me ha olvidado, si me olvidado…o si sabe que he quedado, o si sabe que he quedado con el corazón herido”.
Aquí está viendo pasar el agua y el tiempo. Tendrá una longitud de cuarenta metros y sus protecciones están pintadas de blanco. El gran cauce ya se dividió en dos delgados que abren con su pequeña furia las vertientes entre las piedras enormes y filosas. Mis ojos vuelven a mirar aquellos niños que gustosos y a punto de salírsenos el corazón por la boca corríamos para ser los primeros de lanzarnos al enorme río. La compañía de los amigos de la Jiménez y otras veces en familia bajo las órdenes de mi tío Toño que venía de la frontera en sus vacaciones de verano.
Pasa un perro grande cerca de mí y la anchura de dos metros será quizás un peligro, pero sigue su rumbo al caserío porque vino a bañarse. Sigo contemplando la hierba tan verde y los barañales de antaño. Estoy viéndome que traigo una lata de sardina y voy atrapando peces para que sean mascotas que duran una noche porque al amanecer yacen en su pequeño lago con lecho de lata.
Me veo que vengo con la pandilla desde la presa por los caminos del agua con los pantalones arremangados y con los huaraches en la mano.
Bajo a las dos higueras, a una le cuelga cinta de casete de música y una enorme mariposa blanca vuela pausado que parece dos abanicos abiertos al viento. Los árboles con sus pájaros, los inquilinos de todas las noches y sus cantos gloriosos claman por la luz que ilumine sus travesías.
Me miro con mi timidez y mi cuerpo de gusano de pantalón recortado admirando a los valientes que se lanzan desde la base que ya no existe. Mientras me baño entre un hueco que deja una piedra erosionada y juego con un barquito de plástico y unos luchadores, una vaca y un trompo. Combinación surrealista que se lleva el movimiento perpetuo y la fugacidad: “color púrpura, último destello del arco que pierde su figura. Ecos de ladridos al caer la tarde y las nubes se oscurecen.
Aquí sentado, este rincón la fiebre calma, testigo soy silencioso del paso natural, mi río bajo el puente de piedras. Sonido de la noche del agua. Matorral, insectos activos en tierra y aire. Recuerdo a Heráclito. Atrás quedaron tepocates en charcos troncos lamoso, amplitud de mediodías y niños, pepinos con limón, las voces, mi voz… La vida sigue su curso”.
El puente de cuatro sostenes y tres arcos. De estructura de piedra y rematado con ladrillos. Es atemporal porque no nos importa saber su edad, es el provocador de recuerdos imborrables, así como las fotografías que nos tomaron entre las risas y abrazados en el clarear de nuestras vidas.
Habrá otras arquitecturas, labradas diseñadas con la finura y los lujos. La tecnología en sus esplendores, pero no me olvido el compañero de rutas emocionales que era puerta de entrada para la presa y las tinajas. Para las guayabas y llegar con “El Chaqueto”, padre de mi amigo José para saciarnos en la montaña de pepinos gratis.
Me veo escuchando las canciones de Leo Dan, los tacos recalentados entre las brasas y temblando de frío cuando llegaba el ocaso y era la hora de regresar a nuestras rutinas. Ser testigo del drama cuando acompañaba de noche a los vecinos a buscar el espíritu del niño o niña de brazos que no podía dormir porque aquí lo había dejado y todos gritando al unísono para que se le regresara al cuerpo sin alma.
Escucho el sonido y estoy en el equilibrio del paso de los minutos lentos y aquí estoy en este jueves, contemplando la colina que florece por las dos o tres tormentas de junio.
Regreso no sin antes recorrer de nuevo con estos ojos que siguen asombrados ante la inmensidad de colores y la hermosura de las evocaciones cuando estoy en uno de los lugares míticos comunes de los que vivimos, respiramos y amamos. Me quedo ensimismado y me despido llevándome la imagen eterna más allá del bien y el mal. Me llevo tanto en el corazón. Me llevo al puente de piedra con su permiso. Después lo traigo.
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