Un minero cristiano tenía su hora más especial en el trabajo. Era la hora del almuerzo, pues era entonces cuando disfrutaba de la comida que con esmero le preparaba su amada y consentida esposa.
Un día llegó su hora especial y al destapar su almuerzo encontró una comida exquisita y diferente, pues hasta ese momento nunca había llevado una así.
Muy agradecido cerró sus ojos y rezó mucho más que de costumbre en agradecimiento al Señor por el alimento suministrado y por la preciosa esposa que tenía.
Cuando terminó la oración y abrió sus ojos para consumir su almuerzo, ¡Oh sorpresa!, el almuerzo había sido robado. En ese instante se llenó de coraje, levantó sus ojos al cielo y dijo:
- ¿Cómo Señor permites que mientras yo estoy orando el diablo robe? ¿Acaso no te estaba agradeciendo?
No entendía como había podido pasar esto. Miró su bolsillo y sólo tenía lo del pasaje para regresar a su casa que estaba a dos kilómetros y el restaurante más cercano estaba a un kilómetro y medio y sentía hambre, ante lo cual decidió ir a comprar el almuerzo pues no podía seguir trabajando así.
Llegó al lugar y pidió el mejor almuerzo, y con una mano sobre él, sólo dijo:
- Señor bendícelo.
Al empezar a comer escucha una gran explosión proveniente de la mina en la que trabajaba.
Sólo pudo exclamar “Gracias Señor”; y de rodillas pedir perdón por no haber entendido en su momento por qué habían sucedido las cosas así.
Nada, en la vida del cristiano, es como se ve y se piensa. Cada suceso en nuestra vida tiene un propósito de DIOS y aunque en el instante no lo veamos, Él después nos lo enseñará.
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