HISTORIA DE CHUY, UN ALBAÑIL DE AHUACATLÁN
El panteón de Ahuacatlán se ha extendido ahora hacia su lado poniente, es decir, en dirección al famoso arroyo de Atotonilco.
Desde su establecimiento se ha ampliado en al menos cuatro o cinco ocasiones. La primera sección es la que se ubica hacia el sur, cerca del antiguo Salto del agua. De ahí se creó la segunda sección, hacia el norte, después se extendió de nueva cuenta hacia el norte; y en los últimos lustros ampliaron su cobertura hacia el poniente.
Pero a pesar de su crecimiento, las leyendas que se tejen en torno a este lugar sagrado se tejen por montones; y tan solo al pasar frente a él, se apodera de las personas un miedo, como si un muerto saliera a perseguirlas.
Una de tantas leyendas que corren de boca en boca, es la que me contó hace tiempo Don Manuel, un hombre que radicaba por la calle Abasolo, lugar donde ví la luz por primera vez, en la que relata que, un conocido albañil de la localidad al que se le conocía como Chuy, fue requerido por Don Carlos Espinosa para realizar un trabajo, para él muy importante, pues era terminar un monumento familiar en el panteón, con la súplica que el trabajo debería ser terminado el día que le había fijado Don Carlos.
Chuy aceptó el compromiso e inició su labor dentro del cementerio siendo más laboriosa la faena de lo que él pensaba. Se acercaba el plazo y el albañil estaba nervioso por saber que no era posible terminar el trabajo que le habían encomendado. Solo faltaba un día y al ir por un andador, al recoger un material escucho ruidos extraños, volteó para ver si había alguna una persona, pero al sentirse solo se le “enchinó” el cuerpo y siguió escuchando un trac, trac, trac.
Platicaba el mentado Chuy que en aquel momento las piernas no le respondían. Quería correr pero no podía porque las extremidades inferiores las sentía de plomo.
No pudo gritar, la voz no le salía y sintió que los pelos se le pararon como un resplandor. Volteó hacía atrás, en dirección al Cerro de Atotonilco, y su sorpresa fue cuando vio un esqueleto que lo seguía y que moviendo las mandíbulas las que sonaba al juntársele los dientes.
Clarito oyó una voz que le decía: “compadécete de mis penas que me atormentan en el purgatorio; tengo muchos años sin descanso; pide a mi abuelo, de que los 12 mil pesos en plata que están al pie de la alacena que está en la cocina a vara y media de profundidad, te dé 100 pesos, de los cuales darás 50 al Padre de la iglesia para que me diga tres misas. Yo te recompensaré dándote el alivio de tu susto. Si no cumples con mi encargo, no sanarás».
El pobre hombre no supo qué hacer, al ver al esqueleto caminando y meneando las mandíbulas, con voz de ultratumba que se dirigía a él, pensó que iba a caer privado, pero sintió que una fuerza sobrenatural lo sostenía y de pronto, pudo moverse y salir despavorido, sintiendo tras de él, el esqueleto que parecía lo correteaba.
Corriendo llegó a la puerta del cementerio, jurando no volver más a ese lugar y dejando toda su herramienta cerca del monumento. Pero su responsabilidad fue más grande que su miedo y acompañado de un amigo, volvió al día siguiente para terminar con su compromiso.
El albañil platicó a su compañero lo que le había ocurrido el día anterior, y los dos estuvieron trabajando, volteando para todos lados con el temor de que en cualquier momento se le fuera a aparecer el esqueleto que le había hablado y ellos cayeran privados de susto.
Pero no fue así, durante el tiempo que permanecieron en el cementerio, no se escuchó ni el más leve ruido, todo era un “silencio sepulcral”. Chuy comenzó a estar muy enfermo; un temblor como de frío se apoderaba de él y las piernas poco a poco se le fueron paralizando al grado que no pudo caminar más.
Traía en la mente lo que le había pedido el esqueleto que lo persiguió por el panteón de Ahuacatlán, lo que no lo dejaba estar sosegado ni de noche ni de día. Habló con un pariente, le contó lo sucedido y en una silla de ruedas lo acompañó a sacar el “entierro”, pidiéndole el dinero para mandar decir las misas que el difunto necesitaba para poder salir del purgatorio. Quería hacer el encargo antes de morir, pues realmente se sentía muy enfermo.
Después de haber cumplido lo que le había indicado la calavera, Chuy comenzó a sentir alivio. Poco a poco empezó a sentirse mejor hasta haberse recuperado totalmente. Aquel suceso que le ocurrió le había dejado una huella profunda y cada vez que tenía oportunidad lo contaba a sus amigos.
En una ocasión que se lo refirió a un pariente lejano, este le dijo: “hace muchos años le paso lo mismo a Joaquín Sánchez, cuando fue a visitar la tumba de su madre al mismo panteón. Al escuchar Joaquín que un esqueleto se acercaba a él, y que de las mandíbulas salía una voz de ultratumba, salió despavorido saltando por la pared del cementerio y como un loco furioso llegó a su casa. Platicó a su mujer lo que le había pasado y desde ese día comenzó a estar enfermo. Solo que a él, no solamente se le paralizaron las piernas sino que quedó lelo, perdió el habla y al poco tiempo falleció”.
La historia del esqueleto del cementerio era conocida por todo el lugar. No se habló de otra cosa en mucho tiempo; siendo una de las tantas leyendas que corrieron por Ahuacatlán a principios del siglo pasado y que todavía se cuenta en los barrios de la ciudad.
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