Report-arce
Con motivo de la presentación del libro Oficios de Nayarit del fotógrafo de Tepic, Guillermo Campos Meda en la casa de la cultura de la ciudad el jueves 1 de diciembre.
1.- Magos de la cuadra
Se rasga, se jala, se corta, oprime, frota, ondula, se alisa, bates, picas, doblas, limpias, y llegas de pronto al presente cuando se abría el mundo nuevo y en la cuadra los encontrabas tras los portones de madera y aldaba. Verbos de la nostalgia, la extraordinaria presencia que desde nuestros primeros años, Silvino el hojalatero como un rey de plata; Alberto el zapatero con su puño de clavos sostenidos por la fuerza de los labios y seguía contando historias; mi tío Víctor que de pedacera bruta, delineaba y cincelaba un fuste en el reino de astillas y aserrín.
Los olores del cuero, del metal, del grano, de polvo, la humedad, la cultura del azúcar que te provocaban unos recuerdos que se quedaron grabados e imborrables porque manos laboriosas en el fragor de un taller generoso nos hechizaron porque parecían magos cuando de una hojalata la convertían en corona, del tamarindo y el coco unos dulces suaves y deliciosos, de una palmera, las útiles escobas.
De herramientas mudas provocaban el lenguaje filoso que transformaban. Los rituales del trabajo cotidiano en el fuego, el viento, el agua y tierra. Siempre seguí a la magia y se quedó en mi alma y mis manos.
2.- Capturista de nostalgias
Meda capturó, dejó quieto el instante que cada vez se hace eterno, se descubre el truco en la realidad de nuestro territorio abundante nayarita. La imagen que decide representar los oficios ancestrales o relativamente nuevos es el de un hombre que dedicado ceremonialmente a la fabricación casera de escobas, no es la industria de serie, es la artesanía en serio.
En sus ojos hay una luz de lejanías y de esperanzas porque son los sobrevivientes de la revolución industrial. Los que de a uno en uno, sin división del trabajo de la materia prima, de la naturaleza se extrae se sigue en la procesión de su obra de arte que requiere para comer, de lograr su sueños y volver a comenzar para seguir así hasta el infinito, es lo que le brilla en los ojos al escobero. Únicos y admirables.
Meda expande lo que en un acto de asombro concibió que los magos centenarios, los que por los rigores de la globalización, no quieren morir como números fríos y muchas familias resistieron estoicamente los embates de ser hileras de desempleados o los que ingresan a pesadas cargas con horarios nocturnos.
Los artesanos y los oficios siguen los caminos sinuosos, mal heridos, pero con la dignidad que siguen siendo necesarios como la camaronera, más preciso Changuera, que detrás de esa imagen es levantarse en las horas negras para tener puntual el animal del mar a los compradores; el afilador con su música de pájaro callejero recorriendo metros y metros pregonando con su canto para recordarnos que ha llegado el momento de la brillantez de herramientas de trabajo.
El panadero como cantaba Ramón López Velarde en su Suave Patria “el santo olor a panadería”, la vistosidad de mezclas, el amasijo de ingredientes y el murmullo del fuego esperando paciente las piezas coronadas; alfarero como un pequeño Dios que le otorga vida, forma y dimensiones el sublime polvo en el barro antiquísimo de vasijas.
La artesana de chaquira que hilando busca recordar los sueños milenarios y el surgimiento animista de la tierra y sus criaturas; el herrero que doblega y domestica al metal con redobles precisos del marro que se enfrenta de manera cotidiana; el iztetero que alegraba el paladar a cada uno con su montículo de nuez, pasas y la roca que un tajo nos vendía en centavos, en el barrio en la era del pre autoservicio y de dulces empaquetados; el nevero como un regalo único que agitando la garrafa hace posible que se quieran para siempre la leche, el azúcar y el hielo en movimientos circulares.
Nuestra vendedora de cena, cariñosamente “la Picha” con un platillo delicioso de pollo frito bañado en salsa frita, que hasta Eulalio Gonzàlez “el Piporro” esperó turno y regañó la dueña a Julio Iglesias que aquí no le valió cantar bonito. Don Miguel Espinosa que en un reportaje me decía que le daba tristeza que su oficio se iba a diluir por el paso irreversible del olvido, pero por fortuna y amor siguieron la herencia y el don otorgado, los hijos Enrique, Fernando y María Elena.
Las tortilleras que en el ambiente y fragor rústico del metate, el fuego bajo el comal, elaboran la luna de maíz evocando las noches de sobrevivencia en la vastedad de peligros. Detrás de cada acción, movimiento hay vastas historias y odiseas familiares, en la transmisión del conocimiento, la habilidad, saber en qué momento se pone o se quita, se atrapa, se detiene las manos o se doblan los dedos.
La ciencia y la tecnología en sus dimensiones, en la valiosa conspiración de la noche y el día, el laborioso, el espíritu creativo, elemental y tan claro como la luna y el sol, pero con su aura de misterio. Meda los revalora en sus longitudes, sus diámetros, los biografías concretas que al agitarla brotan de las imágenes pesares, llantos y satisfacciones.
Se cierra el taller, se levanta la lona, se guardan herramientas, se termina la magia. Guillermo Campos Meda, originario de Tepic, fotógrafo, le dedica sus mayores, los abuelos Adolfo y Margarita, la madre de su origen y sus valiosos acompañantes en este viejo mundo en el nuevo, va dejando estelas luminosas en nuestros ojos porque de ojos y manos se construye la vida, la andadura en andamios cotidianos, engranajes que se llenan de arte y virtud, este viaje brincando años y siglos, esta ruta espacial, tan especial para sentirnos dentro de la claridad que nos convoca en este recinto y Meda nos hizo el favor de regalarnos y de traernos el viejo mundo que todavía tiene su lugar en el nuevo.
La simbología de las manos, antes de que llegue la rebelión de las máquinas, los robots que hasta serán inventos para servir de compañía en tus momentos de depresión y de soledades en la era tecnológica cuando el dinero sea el único horizonte, entonces lloraremos todavía más al contemplar lo que hemos perdido…
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