Report-arce
Tepic, 5:40 de la tarde del jueves, después de las carreras contra el tiempo, el que se hayan juntado cinco o seis cosas; salir de prisa y nos trae Chaías en el taxi. Llueve en el camino donde están los bosques. Son casi la siete cuando abordamos el autobús. Arriba en el asiento 35 del TAP me toca y está en la parte de atrás y en la esquina. Mucha gente en los peajes y pasillos, haciendo cola para obtener los últimos boletos de la noche.
Mala señal cuando trato de recorrer el asiento. No quepo. Otra mala señal cuando reviso mis cosas personales y se me olvidaron los libros escogidos para la temporada de tres semanas y las revistas en las horas de incertidumbre. Ponen la primera película y es pasable verla. Después cuando voy pensando lo que queda de los días pasados, los pendientes y mis sobrinos Victoria, Minerva y León que junto con sus abuelas y padres Yeni y Eusebio van a la playa de San Pancho.
Pasan dos horas y el primer retén de fitosanitario. Nos bajamos. Seguimos y antes de llegar a Sinaloa el retén militar y nos ven bien para que no se les vaya un centroamericano. Otra película a todo volumen. A las once de la noche llegamos a Mazatlán, ya me asombra su inmensidad y encienden la luz nos dan instrucciones y me digo que voy a tratar de dormir ahora sí. Me duelen las rodillas y no me puedo inclinar como lo hacen todos.
Sufro porque se me entumen y voy en ángulo recto. Se me enredan las piernas y en eso estoy simplemente con los ojos cerrados cuando un tipo vecino ronca de diez formas distintas como oso cruzado de león y no pude dormir ni siquiera un segundo. Las dos de la mañana Culiacán. Otra vez luces encendidas y tenemos diez minutos.
Me bajo para buscar alguna revista y es inútil. Puras telenovelas y mitotes de artistas miserables. No me gusta lo que venden para cenar y sólo traigo en mi lamentable estómago un lonche frío de Sufacen y un vaso de leche con galletas. Amanece cuando cruzamos Los Mochis, pero no llegamos. Ya nos recibe los retenes de que no traigamos mangos, ni guayabas y los soldados enseguida nos bajan para la revisión de cada maleta y la metemos al aparato de Rayos X.
Esperamos unos minutos hasta que nos dan la orden de subirnos. Me fijo que casi todos llevan los rostros sudorosos como si fuera aceite y despeinados por esa noche incolora. Observo el panorama de tabletas y celulares que se sienten tristes porque no hay enchufes para cargar energía eléctrica. La clave 0DE1EF00 de Wi Fi que es la alegría efímera de los tecnológicos.
La primera película de la mañana a las ocho. Obregón a las nueve se avista por sus calles largas y anuncios de comida rápida y es aquí donde se come uno los tacos de carne asada Walos que nos parecen una delicia a Cati y Catiosha. Me lavo la cara y ya tengo las desgraciadas ojeras de mi martirio y eso que apenas comienza.
Ya mero me atropellaba un colectivo por correr sin sentido. Busco entre Oxxo y puestos de comida alguna revista, pero me consuelo con los periódicos El Imparcial y El Debate. Los recojo de la basura de un día antes. Trato de leerlos con calma y hasta la sección de sociales y anuncios. Pronto termino y estamos esperando subirnos al camión después de una hora y media.
Alguien le pregunta al chofer por la hora de llegada a Tijuana y él responde que como a las doce de la noche. Me brotan los fantasmas del pánico porque es lo peor estar sentado con sueño en una terminal de pasajeros y esperando pasar el tiempo y mirando el reloj cada rato.
De nuevo tratan de abrir la puerta del baño y al no poder abrirla nos preguntan si está ocupado y ya tengo la obligación de estar al tanto de esa pregunta y esa respuesta de que le jalen más fuerte. Trato de contenerme ante el golpeteo a la puerta porque abren cada rato para tirar la basura, cada envoltorio de galletas, dulces. Es el cuento de nunca acabar. Me controlo con todas mis fuerzas.
Tengo hambre, ya me cansé de botanas, jugos y agua. Va la quinta película, intento seguir el paisaje. El sol está fuerte con su presencia en el desierto sonorense y provoca el calor a pesar del aire acondicionado personal que son aberturas arriba junto a las luces.
Estoy fastidiado y brota la sonrisa de un niño que se levanta en el asiento de adelante. Le ofrezco la mano y él me pone cerca sus dedos y los quita porque le da emoción que se los quiero agarrar. Se baja y comienza la fiesta de gritos. Se asoma y se cae, se quita los huaraches y golpea el piso y me busca. Me canso.
Hermosillo y recuerdo el drama de los niños asfixiados y quemados en la guardería ABC y que hasta ahorita después de varios años realmente no hay culpables en la cárcel. Hay varias pintas en las paredes. Llovió un día antes e inundó sus calles. La gente está extrañada. Salimos a velocidad tremenda y pronto estamos en Santa Ana y mi corazón se regresa a los años aquellos de 1980 cuando conocí en la aventura a Nogales, abril 84 en busca del amor de california y diciembre 85 cuando Nicaragua me llamaba con su canto dulce y violento. Benjamín Hill y otro retén militar.
Esta odisea dura casi tres horas. Camino por el pasillo. Tengo inflamado los pies, tobillos y pantorrillas y adolorido el corazón, hasta que nos toca revisión. Bajamos maletas y volvemos a la ruta del martirio. Caborca que tiene tantos huesarios que parecen explanadas de cementerios bajo lo plomizo de la llanura.
El cielo es un mar rojizo y las ralas nubes son islas negras que las veo desde las alturas y cambian ubicaciones y direcciones y soy el vuelo del halcón que trata de reposar. Trato de dormir, pero no puedo aunque se me caen los ojos, porque sigue otra película, me pongo tapones hechos de papel en los oídos; entonces me voy imaginando pasajes de mi vida. San Luis Río Colorado y pienso que desde aquí salió la del vestido blanco y flor en el pelo.
Son las doce cuando estamos bajándonos para el último retén. La gente se molesta porque tal parece que durante el viaje todo, los choferes, pasajeros, horarios, retenes están hechos para hacer la guerra contra el descanso y el confort. Mis nervios se crispan porque dos noches sin dormir, pero no estoy dispuesto a quedar como desollado en este lugar tan horrible de tablas y mesas de revisión.
Subimos y le pido al chofer cuando va por el pasillo que por favor y a nombre de Dios apague esa porquería que se transmite por las tres pantallas pequeñas. Tijuana con sus luces tristes a las tres y veinte de la madrugada. La terminal, esperamos que sean las seis, rodeados de personajes.
Compro la revista independiente Zeta. Tomamos TAP para Huntington Park, pero llegamos por el permiso en la frontera. Se hace cola, es tan lenta que duramos dos horas y media, cuando antes eran diez minutos. Insoportable porque nos dicen que es cambio de turno y no está el cajero para pagar los impuestos.
Pronto corremos y la entrada es lenta por las colas enloquecidas. Estamos esperando abordar otro camión el Tres Estrellas. Vamos subiendo y saludo al chofer. Es de Ixtlán, nos reconocemos. Le pregunto “cómo te va”. Me dice que, “bien”. “Y a ti”, me pregunta. Le respondo: De la chingada.
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