
Desde las cinco y media empezamos a alistarnos para acudir a la cita en la UMMA, específicamente a la sesión de hemodiálisis, turno matutino. Fuimos los primeros en llegar, pero poco a poco fueron arribando los demás pacientes, hasta completar el grupo. Pero fueron pasando los minutos, y nada. Después salió una enfermera para comunicarnos que no se iniciaría la sesión sino hasta que llegara el galeno.
Dieron las nueve, las diez y, desesperados, tuvimos que pasar al área donde se atiende a los nefrópatas. Mismo pretexto… Así pasó una hora, otra y otra, siendo entonces que personalmente decidí indagar qué pasaba comunicándome primero a Medicina Interna y después a la Subdirección Médica de la Clínica Uno, pero para entonces ya se había juntado el siguiente turno, es decir, el intermedio. No fue sino hasta la una y media de la tarde cuando se les empezó a atender, aunque luego se vieron en un dilema, pues los espacios no eran suficientes para otorgar la sesión a todos: ¿A quién había qué atender?
Una vez que todo se normalizó, me senté en la sala de espera y me puse a meditar: ¡Cuán bella es la vida!; pero también, ¡cuántos vericuetos se encuentra uno en el camino!
Imposible atravesar la vida sin que un trabajo salga mal hecho; sin que una amistad cause decepción; sin padecer algún quebranto de salud; sin que nadie de la familia fallezca; sin que un amor nos abandone; sin equivocarse en un negocio. Ese es el costo de vivir.
Sin embargo lo importante no es lo que suceda, sino como reaccionamos nosotros.
Si te pones a coleccionar heridas eternamente sangrantes, vivirás como un pájaro herido incapaz de volver a volar.
Uno crece cuando no hay vacío de esperanza, ni debilitamiento de voluntad, ni pérdida de fe. Uno crece al aceptar la realidad y al tener el aplomo de vivirla. Crece cuando acepta su destino, y tiene voluntad de trabajar para cambiarlo.
Uno crece asimilando y aprendiendo de lo que deja detrás, construyendo y proyectando lo que tiene por delante. Crece cuando se supera, se valora, y da frutos. Cuando abre camino dejando huellas, asimilando experiencias… ¡Y siembra raíces!
Uno crece cuando se impone metas, sin importarle comentarios negativos, ni prejuicios, cuando da ejemplos sin importarle burlas, ni desdenes; cuando se es fuerte por carácter, sostenido por formación, sensible por temperamento, ¡Y humano por nacimiento!..
Cuando enfrenta el invierno aunque pierda las hojas, recoge flores aunque tengan espinas y marca camino aunque se levante el polvo.
Uno crece ayudando a sus semejantes, conociéndose a sí mismo y dándole a la vida más de lo que recibe. Uno crece cuando se planta para no retroceder; cuando se defiende como águila para no dejar de volar; cuando se clava como ancla en el mar y se ilumina como estrella. Entonces, uno crece.
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