Un fenómeno curioso ocurrió esta temporada en varios campos cultivados de maíz. Fue cuestión de dos o tres días para observarle y aun escapó a la mirada y experiencia de muchos aparceros que a diario están en su labor; a saber que el jilote salió primero que la espiga. Incluso muchos de ellos ya asomaban sus cabellos rubios cuando la espiga estaba todavía en banderilla. El hecho, lejos de suscitar risas y sonrisas es más bien delicado, incluso me atrevo a denunciar, grave.
Para quienes son ajenos en el tema habremos de decir que hay un ciclo natural que la milpa ha seguido por miles de años; germina, nace, crece, espiga, jilotea, luego viene el elote (grano tierno) y por último la mazorca con el maíz ya maduro. Que primero jiloteara y después espigara demuestra que hay una reversión de su ciclo natural. Es tan absurdo, sucede tan enfrente de nosotros que es prácticamente inaceptable que algo malo esté pasando.
Todo esto ocurrió en los campos cultivados con semilla de la que llaman “mejorada” o certificada, es decir, hibrida, es decir, modificada genéticamente; es decir, en la producción industrial.
Con la promesa del rendimiento por hectárea (que por lo general no se cumple), las grandes casas: assgrown, dekal, pilloner, etc. venden semillas de maíces cuarenteños, es decir que están listos para forraje en cuarenta días (una abominación contra natura de por sí); amarillos, blancos, para hoja, para ganar peso, volumen etc. Y hacen los cultivos dependientes de los agroquímicos desde su germinación hasta el almacenamiento usando venenos, formulas, nitratos, sulfuros, amonios, foliares, extractos “naturales” pero tan altamente concentrados que terminan siendo, tras la aplicación, tan nocivos como un glifosato; en una sobrecarga que la tierra termina apestándose por meses, mismos meses que tarda el cuerpo del trabajador que los maneja en expulsar los químicos si es que funcionan bien sus órganos. En fin, un producto para cada necesidad, pero es un producto para cada necesidad del mercado agropecuario, no del ser humano.
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La división del trabajo en el campo ha llegado a agudizarse tanto los últimos años que ya es posible disociar el maíz de la tierra. Ya no hace falta buscar una buena yunta, abonarle, darle el tratamiento pertinente; la semilla certificada y los químicos empleados producen “un buen rendimiento en cualquier condición que se encuentre el terreno”. Pero el colmo llegó en este año de epidemia. La inversión jilote-espiga.
demuestra que los genetistas de laboratorio han estado trabajando bajo el auspicio de las casas productoras de semilla en separar la espiga del jilote. ¿Para qué? Ya hay enraizadores, plaguicidas, herbicidas, fertilizantes, ¿para qué invadir e irrumpir el proceso de fecundación? Muy sencillo, para eventualmente vender polinizadores con la misma promesa y así poder prescindir de la espiga en la milpa o esterilizarla “selectivamente” como suelen decir. Claro que hay otras razones por las que la espiga se corta, pero no se castra premeditadamente desde su origen filogenético. ¿Qué sería una milpa sin espiga?
Se perfila sin duda un crimen contra el maíz, patrimonio de la humanidad. Si se toma en cuenta la realidad de nuestro campo, con poco y nada para celebrar se “festejó” el Día Nacional del Maíz el 29 de septiembre. Agendar en el calendario una fecha así es partir de la burla, poco menos que un ridículo posmoderno santoral Gregoriano con sus nombres a lo Aniceto.
¿Y dónde podía darse este ensayo in situ? sino en el Nayarit, una tierra de nadie donde la independencia constitucional resultó un invalido requisito frente al mercado y la economía. Un Triángulo de las Bermudas donde todo desaparece o se hace invisible; la identidad, la economía, la vida misma, entre los cárteles político-económicos de Sinaloa, Jalisco y Zacatecas. Donde ni siquiera se apercibe que a pesar de cien años de independencia seguimos siendo un mísero cantón que tributa su mano de obra barata y/o certificada. Ya sabíamos que este era un lugar de experimentos políticos, de ensayos en ingeniería social y otros, esos otros que hoy tienen en jaque al estado. Pero apreciarlo en el jilote… en cualquier hijo de papá que tenga dinero para solventar los enormes gastos que ascienden para autodenominarse “agricultor” con acudir dos horas al día a supervisar la siembra (¡hasta 50 hectáreas!), sin amar la tierra, sin apreciar la atmosfera, sin respetar el ecosistema, ni la mano de obra que es por donde empieza y termina todo. En tal caso será un consumidor de productos y estará de acuerdo con los avances en la ciencia, pero nunca será un agricultor. Ya no es el campesino el que siembra. Y aquí está una segunda disociación que desencadena un efecto dominó.
Toda esta producción es francamente industrial aunque se cultive en el campo, aunque se perjure natural; pues más del 90 por ciento del maíz se destina a los animales en su forma de forrajes y pasturas (vacas, puercos, aves; ahí está alperra que absorbe un considerable volumen) o a los almacenes en su forma de harina; las masecas made in Los Mochis. No es para consumo humano inmediato. Cierto que algunos, y no todos, terminarán comiéndose las pechugas, las carnes, los filetes, pero ¿Después de cuánto tiempo?, ¿En qué condiciones? ¡¿Y a qué precio?!… Ya no se siembra para subsidiar la necesidad humana básica del alimento, y ello por sí solo ya es deplorable. Esto es lo último que se piensa a la hora de arrojar el grano en la tierra. El negocio es lo que se tiene en la cabeza; todos nos asustamos de los cálculos renales, pero nadie dice nada de los cálculos en el cerebro, esos monolitos que se defienden al coste de la vida. El enfermo siempre decir “sí señor” de aquellos que apenas pueden balbucir una palabra con su capitalito de jubilado y de romance con el esquema neoliberal que les impera se creen hasta la médula que dan trabajo, que son los salvadores de una comunidad huixmi, los resucitadores de tradiciones tan nefastas que solo recalcan la condición de servidumbre colonialista; que son los motoristas de la economía regional conduciendo el trenecito mágico de la felicidad, en el no pasa nada, todo está bien, vamos progresando, etc.
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Quienes tienen los medios de producción en sus manos se han ocupado más del negocio con la caña, las limoneras, el agave, y ya viene la ola del aguacate hass devastando la sierra para llegar paradójicamente al lugar de los aguacates donde, desde tiempos no tan inmemoriales sino más bien coloniales, se han perdido incontables especies endémicas; donde sus egresados ingenieros agrónomos con prestigios de Chapingo o de alma matter, que van y vienen, llegan y se van, ni siquiera se han ocupado de estudiar medianamente la situación mucho menos dimensionar la crisis y presentarla. No, pareciera ser que lo que han aprendido en este doméstico circo es a aplaudir como focas embotadas de un lejano ártico los monocultivos: de caña al señor Menchaca, de agave al Sr. Sauzza a según la época y el postor.
Que terminemos tragando maíces para puercos; frutas y verduras magulladas o podridas porque dan la vuelta hasta el mercado de abasto en Guadalajara; abarrotes caducados (latas y conservas porque no podemos ver nunca un elote en su milpa o una seta en su cama) luego que los centros comerciales los escupen a la tiendita de la esquina, con el Becerro de Oro o con Jimmy Neutrón, demuestra el desprecio en el que sobrevivimos, subsumidos en una auténtica crisis alimentaria que es invisible e insensible.
En realidad si comemos algún alimento sano, nutritivo en verdad, lo hacemos de la mano de los que en las reuniones de maiceros les llaman pedantemente “los poquiteros” o “gorderos”, es decir los que siembran en coamiles menos de un hectolitro de maíz o frijol; lo hacemos de los huertos y jardines caseros. Todavía de la mano del Watacame huichol. Si usted puede comer un grano negro o morado, pinto berrendo o pozolero; en sorrasca, cocido o asado, hágalo pero sepa lo que pasa en el campo de donde está comiendo. Pero sobre todo cuide su grano si lo tiene y no lo done a los cantos de sirena que prometen una perpetuidad en los bancos de semillas transatlánticos. El maíz se necesita aquí para los hijos y los hijos de los hijos, no allá al servicio de catálogos perversos.
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