(Artículo publicado el 29 de septiembre de 2009)
¿Ya está listo para la corrida de toros del día tres y cuatro de octubre? No, no me refiero a que si ya tiene listo su garrafón o botella de vino, su cojín, su sombrero, su camisa, sus tres paños para pedir orejas y rabo; es más, ni siquiera me refiero a si ya tiene reservado su lugar en la plaza de toros. Lo que esta vez pregunto es si ya conoce a los matadores – toreros y rejoneador –, a los forcados, a los toros mismos; si ya sabe de los tres tercios en que se compone una corrida, si ya sabe la función que cumple un picador o un banderillero, si distingue entre la faena y la estocada; y aunque parezca intrascendente, si reconoce la indumentaria del torero, desde los diferentes colores del traje de luces, su simbología; la montera, la chaquetilla y la taleguilla como piezas de dicho traje. ¿O es acaso usted de los que cada año acuden a hacer chacota, bulla y relajo al antiguo Coliseo del Tigre de Álica?
Así son los villamelones, término acuñado precisamente dentro del ambiente de la fiesta brava. “Se comenzó a llamar así a las personas que festejaban alguna acción y gritaban el famoso ‘OLE’ cuando no era meritorio” (Wordreference). Hoy se aplica ampliamente este calificativo a todos los que dicen saber todo acerca de un deporte, y que en realidad se dejan llevar por la euforia popular, por la aceptación generalizada a un equipo deportivo, o por el éxito ocasional de una actividad deportiva.
La tauromaquia en Ahuacatlán es una tradición antiquísima, pero la plaza tuvo el reconocimiento nacional a partir de 1958, cuando se comenzaron a presentar los carteles con toreros famosos. Desde entonces surgen los aficionados a este arte de lidiar con toros, pero también de los villamelones; de los que año con año pululan y se congratulan más con la expectación de ver al torero en el peligro que le impone la bestia, y viceversa; que en los pases y burlas que éste hace al bravo animal.
Son esos los que tiran los botes de cerveza a los picadores, al tiempo que rolan la muñeca inflable y le piden al gobernador o al presidente que se les bañe con la manguera con que se riega el ruedo. Son los que protestan cuando silencia la banda de viento porque el torero hará su estocada, o los que rechiflan cuando el juez califica al matador y lo premia con una simple vuelta a ruedo.
“No, ¡Por qué! – protestan – si hasta se hincó y se le puso de pecho al toro – presumiendo también un bailoteo de puntillas al son de un paso doble –; hay que pedir orejas y rabo ¡Hijos de María Morales!”.
De esta manera, el reconocimiento de la plaza de toros El Recuerdo es valorada, a decir de los propios dedicados a este arte, como aquella donde se viene a triunfar. Aquí nadie pierde, aquí sobre todo gana el que más orejas o rabos se lleve, al fin y al cabo, ¿Qué trabajo cuesta mocharlas? Aquí el villamelón grita como en el mercado: “llévala, llévela, no cuesta nada”.
Discussion about this post