Report-arce
No es una biografía, son recuerdos de un hombre que conocí hace cuarenta y tres años cuando por dos razones me marcó. La primera porque en su peluquería después de dos de la tarde un lunes tembló tan fuerte que nos pusimos bajo el marco de la puerta viendo atónitos el cómo se balanceaban postes de luz y los cables a punto de reventar y chocar. El asfalto de la avenida principal como si fueran olas de mar embravecido.
La segunda porque después de los fines de semana futbolero quería informarme de los resultados y de mi equipo favorito, el Atlas.
Lento y en silencio me sentaba en una de las sillas de espera para leer el periódico “El Informador”, los números atrasados. Él me veía y se fue haciendo costumbre de verme que me metía como la humedad mientras en su rutina de rasurar y pelar señores como de la edad de mi padre Manuel en el domicilio junto a la casa de Los Granados.
Muchos años después me hice asiduo jugador de quinielas deportivas hasta el grado de en colectivo apostar y dos veces estuvimos a punto de lograr los catorce partidos en la suerte y las leyes de las posibilidades. Llegué el martes después de comprar revista y periódico “Mural” y gustoso me recibió con la noticia del ya merito. Desde esa vez me convertí en el oficial para la elaboración de esas quinielas que cómo me hubiera gustado ganar para la felicidad de todos.
Rara vez lo veía fuera de su local. Un estrecho cuarto donde estaba la hoja en grande de la Lotería Nacional con los números ganadores y reintegros. Colgando boletos, los de los premios al instante de símbolos diversos. La máquina para introducir las quinielas, el Melate, Chispazo. Los espejos y los banquitos. Las dos sillas de peluquería. Allí estaba con su tranquilidad, casi siempre con guayabera y a veces calcetines con huaraches.
Dejaba al niño, joven o adulto para atendernos y los clientes esperaban pacientes hasta que se desocupaba de cobrar. Me gustaba su calma y su atención. Se ponía de acuerdo por teléfono para convocarnos a jugar la quiniela de la semana. Me parecía insólito que fuera ese lugar un centro poderoso de amistad, bromas y conversaciones. Allí me encontraba con profesores, ingenieros, amigos de aquí y de allá. Recuerdo que siempre estaba seguro de que íbamos a ganar.
Saber que ha partido y sus hijos Juan Gabriel, Roberto, María Elena y Cristian Guadalupe y esposa María Elena Nolasco, dolientes terminan su novenario. Fui a su casa por la Aldama. Dos pequeños jardines adornan la entrada.
Tomo esta fotografía donde está formal con sus lentes de aumento. Visten de negro y están en este local, un moño en señal de duelo, sus hijos los mayores para seguir la encomienda de que no muera su oficio, artesano del pelo y yo sí gané con él: su amistad. Gracias Juan Fuentes Moreno. Gracias “Don Cuate”.
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