Report-arce
Inmóvil, sentado, respiro el aire fresco de las diez de la mañana. Tomo el cuaderno y desde esta banca evoco donde convive el pasado y el presente. Es la plaza tan conocida por el vulgo por “La de los Pájaros Muertos”. Quizás por los que ya los dejó el tranvía de la sexualidad. Ancianos muchos que en calma ven pasar el tiempo bajo el sombreado de los árboles ficus. Las dos fuentes, una siempre con su agua de silencio y la otra ufana encendida de cascadas reciclables.
Por aquí pasaba la mítica Madero, la calle angosta cuando las casas lucían descarapeladas y el cartel anunciaba la función del cine. Rememoro a las mercilleras con sus puestos móviles cuando vendían lienzos para servilletas, hilos y agujas; aros de madera y parches, en el portal redondo por la calle Juárez. Aquellos olores a cuero trabajado en los cintos, sillas de montar y huaraches de correas del compadre de mi padre, don Elías.
Están los balcones recientes decorados por la simbología y la compañía cada vez mayúscula de pichones y los faroles pocos que están desafiando a las inclemencias. Los arcos de cantera que ya los andaban pintando de color tinto y cobijados locales de ropa para mujeres y niños, reparación y venta de relojes y el Moby Dick de Arturo “ El Zorro”, continuador de la vendimia de su padre que comenzó con una carreta y el aromático jugo de camarón.
Converso de muchas cosas, sobre todo de la lectura. Un local de venta y objetos de oro en sus mostradores de cristales. Las bancas blancas que fueron las que suplieron a las de cemento que tenían aberturas para meter goles de niño por las noches de Mena “El terror de las gallinas”.
Estoy sentado, cuando veo que poco a poco llegan los feligreses, los inquilinos, los visitantes de la plaza. Rigoberto Rodríguez y mi primo Alfredo Razura y estamos interactuando de los que ya partieron a “la palma para siempre”: Santiago Parra. Trini “El Chaparro” y Rogelio Ayala. De manera irónica me presentan a un nuevo inquilino Marcelino Tiznado y como buenos mexicanos sueltan bromas rudas.
Señores de sombreros en sus distintas bancas trayendo los recuerdos para intercambiarlos y así en el trajinar mental y de imágenes se pasan las horas que interrumpen para seguir hasta que se pierde la dama que ellos disfrutan nostálgicamente de sus movimientos de juventud y sensuales. Caminantes de aquí para allá y de allá para acá mientras que nos sentimos elegidos por olvidarnos de labores cotidianas. Es apacible.
Una carreta de don Chilo esperando compradores de pepinos, piña y duritos embolsados. Un hombre acaricia su perro chihuahueño. Vico el de la otra plaza, la grande, desde lejos se persigna cuando en esa dirección está la iglesia de Santo Santiago de atrio enrejado y con columnas y copa café en la altura. Los jardines empastados y flores rojas y faltan los botones que broten en estos días que viene de visita el verano.
Aquí hay pocos eventos que trastocan: se ponen puestos de libros y en navidad se llena de todo. Por eso a la gente mayor les gusta estar ausente de ruidos y se sienten en un rincón de la paz y la tranquilidad cuando parten al momento que los llaman desde las cocinas hogareñas. Pasa el hombre del tejuino y raspados, ni tiempo dio de comprar uno. Taquería Talamantes de presencia ancestral en mis hambres, Cenaduría Jiménez y Tortas “El Güero” guarnecidos por un corredor donde estaba el Monumento a la Bandera.
En el segundo nivel la Biblioteca de la rescatada María Inés Teresa Arias; edificio sobrio y también de balcones y sus conservadas ventanas con imitación de madera. Voy con Armando González para solicitarle papeletas de quinielas y él enfrascado en el alquiler para que existan los sueños en los niños que se pasean en motocicleta, pato, carro y caballito.
Antes de despedirme voy a reconocer el busto de Justo Barajas y su placa de reconocimiento: A la memoria de ilustre maestro, benefactor e hijo predilecto de Ixtlán, 15 de mayo de 1956. Camino y de cerca percibo palmeras y pinos en los jardines y paso por los brincolines. Camino un poco más y está un puesto donde se vende de lo reciente hasta lo viejo: un cargador de celular y pequeñas pelotas de plástico. Señaletas de nombres y lugares típicos de un pueblo que a base de complicaciones quiere ser ciudad.
Hace treinta y un años se remodeló y amplió este lugar de Santiago Apóstol que se convirtió en un oasis para los que traen todavía nostalgia y la reparten a otros ojos y los tiempos de la seca e indiferente modernidad, porque literalmente viven en este espacio que aún les ofrece la oportunidad de recordar.
Discussion about this post