La casa se ubicaba hacia el extremo norte de la calle Amado Nervo en el barrio del Chiquilichi. Era la última finca de esa arteria. Colindaba con el río. A unos cuantos pasos se encontraba una ladrillera. Era, si mal no recuerdo, propiedad del extinto Goyo Arámbul.
Corría el mes de mayo de 1982 cuando ocupamos ese espacio convirtiéndolo en nuestra primera casa habitación. Creo que pagábamos tres mil pesos de los de entonces. Omar tendría apenas dos o tres meses de edad. Piso de cemento en bruto. Techo de láminas de asbesto.
Solamente había un cuarto y el baño era, digamos, rústico. Una cama, un pequeño ropero de ínfima calidad, dos sillas y una mesa de una empresa refresquera conformaban nuestro único patrimonio. Cocinábamos con carbón… Tres platos, tres vasos – de plástico -, tres cucharas.
Después de trasladarme a Tepic para emplearme en el hotel Corita nos mudamos a una finca situada en el barrio de La Otra Banda, por la calle Zaragoza esquina con Manuel Doblado; también de un solo cuarto, muy tenebroso por cierto, sin ventanas y con una puerta que rechinaba demasiado cuando se abría o cerraba.
El cuarto se utilizaba como habitación y como cocina y comedor al mismo tiempo. El baño estaba en el corral, al descubierto total. Excusado antiguo. Apenas sí duramos algunos tres meses en esa finca.
Posteriormente alquilamos una casa que se ubica por la calle Amado Nervo, entre Miñón y Ocampo, propiedad del profesor Guadalupe Marmolejo. Fue esa una de las casas donde vivimos con mayor comodidad. Al fondo había una lima y cuyo fruto solíamos degustar sentados en la banqueta mientras veíamos a los niños vecinos jugar.
Allá por 1985 nos mudamos a una añeja finca situada por la calle Morelos, casi esquina con Reforma, muy cerca de la escuela primaria José María Morelos. Doña Luisa López era la dueña. Ubicación idónea, céntrica la casa, pero al mismo tiempo tenebrosa. Constantemente creíamos ver fantasmas y por eso mismo tomamos por costumbre acostarnos temprano para ya no salir ni a la cocina ni al corral.
De ahí nos fuimos un poco más al centro en una casa propiedad de la señora Cana Aguilar – madre del doctor Manolo Andalón -. ¡Uh!, ¡Qué a gusto vivimos en esa finca! Mucha tranquilidad. La casa contigua era habitada por Efrén, un amigo de la raza huichol que laboraba en la SAGAR, en el área de apicultura.
Corría el verano del 87 cuando nos cambiamos a una vetusta casa situada por la calle de Morelos casi esquina con Amado Nervo, por el rumbo del Mesón de las Olas Altas. Techo de teja, muros de adobe. Un solo cuarto y una cocina pequeña. Con frecuencia escuchábamos quejidos lastimosos a media noche proveniente de la finca contigua.
A los pocos meses nos mudamos a la siguiente vivienda y a principios de los 90´s ocupamos una casa propiedad de mí compadre Marcelino Ramos, en la esquina de las calles Miñón y Trabajo; y poco después nos mudamos a otra añeja finca de la misma calle Miñón, casi esquina con Amado Nervo. Su dueña era la maestra Paula González, recién fallecida.
En ese lugar resentimos el temblor del 96. Techo de teja también y para evitar que los terrones cayeran sobre nosotros le colocamos un “cielo” de nylon que subía y bajaba tenebrosamente con el viento.
Fue esta la última casa de alquiler que habitamos. De ahí nos mudamos a este jacal que hemos ido construyendo con miles de trabajos, en la colonia Demetrio Vallejo pero de lo cual hablaremos en otra ocasión.
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