Entre más envejezco, más disfruto de las mañanas de domingo.
Tal vez es la quietud que me provoca no ir a Tepic o el jugar fútbol con mis compañeros de la Supermáster… o quizá el increíble gozo de no tener que ir al trabajo… De todas maneras, las primeras horas de un domingo son en extremo deliciosas.
Hace unas cuantas semanas, luego de suspenderse la liguilla, me dirigía hacia este espacio donde tengo mi computadora, en un rincón de mi hogar, con una humeante taza de café en una mano y el periódico en la otra.
Lo que comenzó como una típica mañana se convirtió en una de esas lecciones que la vida parece darnos de vez en cuando. Déjenme contarles:
Teclée una página cibernética de una estación radiofónica para entrar en una red de intercambio de domingo en la mañana.
Después de un rato, me topé con un colega que sonaba un tanto mayor.
Él le estaba diciendo a su interlocutor, algo acerca de “unas mil bolitas”.
Quedé intrigado y me detuve para escuchar con atención:
– Bueno Manuel, de veras que parece que estás ocupado con tu trabajo. Estoy seguro de que te pagan bien, pero es una lástima que tengas que estar fuera de casa y lejos de tu familia tanto tiempo. Es difícil imaginar que un hombre joven tenga que trabajar 60 horas a la semana para sobrevivir. Qué triste que te perdiera la presentación teatral de tu hija -. Y continuó: Continuó: “Déjame decirte algo, Manuel, algo que me ha ayudado a mantener una buena perspectiva sobre mis propias prioridades”. Y entonces fue cuando comenzó a explicar su teoría sobre las “mil bolitas”.
– ¿Ves?, me senté un día e hice algo de aritmética. La persona promedio vive unos 75 años. Algunos viven más y otros menos, pero en promedio, la gente vive unos 75 años. Entonces, multipliqué 75 años por 52 semanas por año, y obtuve Tres Mil 900 que es el número de domingos que la persona promedio habrá de tener en toda su vida. Mantente conmigo Manuel que voy a la parte importante. Me tomó hasta que casi tenía 55 años pensar todo esto en detalle; y para ése entonces, con mis 55 años, ya había vivido más de Dos Mil 800 domingos! Me puse a pensar que si llegaba a los 75 años, sólo me quedarían unos Mil domingos más que disfrutar. Así que fui a una tienda de juguetes y compré cada bolita que tenían. Tuve que visitar tres tiendas para obtener Mil bolitas. Las llevé a casa y las puse en una fuente de cristal transparente, junto a mi equipo de radioaficionado. Cada domingo a partir de entonces, he tomado una bolita y la he tirado. Descubrí que al observar cómo disminuían las bolitas, me enfocaba más sobre las cosas verdaderamente importantes en la vida. No hay nada como ver cómo se te agota tu tiempo en la tierra, para ajustar y adaptar tus prioridades en esta vida.
Ahora déjame decirte una última cosa antes que nos desconectemos y lleve a mi bella esposa a desayunar. Esta mañana, saqué la última bolita de la fuente de cristal… y entonces, me di cuenta de que si vivo hasta el próximo domingo entonces me habrá sido dado un poquito más de tiempo de vida… Y si hay algo que todos podemos usar es un poco más de tiempo. Me gustó conversar contigo Manuel, espero que puedas estar más tiempo con tu familia. Hasta pronto, se despide “el hombre de 75 años”, cambio y fuera, ¡buen día! -.
Uno pudiera haber oído un alfiler caer en la banda cuando este amigo se desconectó. Creo que nos dio a todos, bastante sobre lo qué pensar.
Yo había planeado trasladarme el lunes a Jala y a Amatlán de Cañas, para después dirigirme a nuestras oficinas de Ixtlán y hacer unas indagaciones sobre unos asuntos políticos; pero en vez de aquello, desperté a mi pareja y le dije: “Ándale Tachita, quiero llevarte a ti y los chiquillos a desayunar fuera”.
– ¿Qué pasa? – preguntó ella, sorprendida.
– ¡Ah!, nada, nada; es que no hemos pasado un domingo junto con los muchachos en mucho tiempo. Por cierto, ¿podríamos ir a comer tostadas y enchiladas a Jala?… Y el martes vamos a Tepic a una tienda para comprar algunas bolitas”.
Tachita no me entendió; y yo solo sonreí y me puse a reflexionar: “Nos acostumbramos a vivir en hogares y a no tener otra vista que no sean las ventanas de alrededor. Y porque no tiene vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera… Y porque no miramos para afuera luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas… Y porque no abrimos del todo las cortinas luego nos acostumbramos a encender más temprano la luz.
Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud. Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomar café corriendo porque estamos atrasados, a comer un sándwich porque no da tiempo para comer a gusto. A salir del trabajo porque ya es la tarde. A cenar rápido y dormir pesados sin haber vivido el día.
Nos acostumbramos a esperar el día entero y oír en el teléfono: “hoy no puedo ir”… A sonreír a las personas sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando precisábamos tanto ser vistos.
… Si la playa está contaminada, sólo mojamos los pies y sudamos el resto del cuerpo. Si el trabajo está duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y si el fin de semana no hay mucho que hacer vamos a dormir temprano y quedamos satisfechos porque siempre tenemos sueño atrasado. Nos acostumbramos a ahorrar vida. Que, de poco a poco, igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdimos de vivir.
Alguien dijo: “LA MUERTE ESTA TAN SEGURA DE SU VICTORIA, QUE NOS DA TODA UNA VIDA DE VENTAJA”.
Discussion about this post