“Pequeña patria mía, dulce tormenta, un litoral de amor elevan mis pupilas y la garganta se me llena de silvestre alegría cuando digo patria, obrero, golondrina.”
―Otto René Castillo
Desconozco si Andrés López se propuso captar con su lente el singular fenómeno de las golondrinas de la calle Allende. El caso es que recientemente participó en un concurso de fotografía denominado “Patrimonio Cultural de Ahuacatlán” en donde expuso una imagen donde aparecen estas aves migratorias posando sobre los cables de electricidad y teléfono.
En la foto también se destaca el azul y el amarillo de las casas, en armonía con el firmamento en una bella puesta de sol. Todo eso enmarcado en un magnífico espejo natural de agua producto de los encharcamientos por las lluvias.
Más allá de la visión que haya tenido el talentoso fotógrafo, el suceso de la estadía de estas aves en verano está dejando huella en la comunidad, que, pese a todas las distracciones a las que está sometida, no pierde el asombro cada que las ve ir y venir.
Revolotean; cantan individualmente o a coro; se mueven de un cable a otro, se perfilan y cortejan. También hacen sus necesidades, ¡Faltaba más!
Muy de madrugada, antes de que salga el sol, empiezan a trinar. Vuelan en busca de alimento y no paran de trabajar en sus nidos distribuidos en los recovecos de las casas y otras edificaciones cercanas al pueblo. Vuelan al cerro y se aparean en lo incógnito. Regresan ya por la tarde, durante el ocaso.
Quién sabe por qué extraña razón optan por los cables. Pero es conocido que siempre se alinean como si fuesen un batallón de infantería. Perfectamente bien distribuidas.
Hasta hace un par de años las golondrinas se postraban por la amplia calle Morelos, cerca de la plaza de toros. Pero ahora optaron por la Allende, mucho más estrecha. Quizá los trabajos de rehabilitación del antiguo Coliseo las ahuyentaron. Tal vez el clima cada vez más inclemente les hizo buscar un sitio acogedor. Allí donde están ahora, las fincas son muy altas, y los cables pasan a la mitad. De lo único que se tienen que cuidar son de nosotros, los despistados humanos que no vislumbramos el privilegio de convivir con una de las especies de plumíferos más cálidos e inocentes que puede haber.
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