Hacía mucho tiempo que no acudíamos a la plaza en un domingo cualquiera; pero esta vez, luego de concluir las labores del día, nos encaminamos a la zona centro.
Antes de ello visitamos a unos familiares que radican en el barrio de La Presa, pero al pasar por el Jardín “Prisciliano Sánchez”, nos extrañó la poca afluencia de paseantes…
“¡Mira!, ¡Ni parece que es domingo!”, dijo con asombro mi amigo Miguel Ahumada. Solo avistamos a dos o tres parejas y a un grupo de jóvenes que departían alegremente en una esquina de la Plaza.
Mi mente se transportó entonces hacia décadas pasadas cuando los jóvenes solíamos acudir al Jardín para deleitarnos con los concursos de aficionados que se organizaban en el kiosco; o para extasiarnos con la Orquesta de los Hermanos Llamas. O simplemente para sentarnos en las bancas de concreto y saborear los cacahuates que comprábamos con Don Pascual o con León Vigil.
Las parejas acostumbraban prodigarse sus amores sentados en los “pastelitos” o las bancas más discretas.
Las muchachas daban vueltas en el sentido de las manecillas del reloj y los muchachos lo hacían en sentido opuesto, para poder verse y coquetear de “lejecitos”.
Si algunos se gustaban, el muchacho se esperaba “hasta la otra vuelta” para hablarle a ella “en cortito”, invitarle unas pepitas, un café de con “La Güera Angelina”, o un hot dog que preparaba el señor Montero.
Luciendo sus encantos, ellas recibían gardenias, serpentinas o confeti mientras seguían dando vueltas en la plaza. A veces compraban cascarones para divertirse entre sí, estrellándolos en sus cabezas.
También eran comunes las kermeses. Los que se encargaban de su organización solían adornar los puestos de vendimias con carrizos verdes o con milpas. Se jugaba a adivinar la suerte; se realizaban matrimonios “de mentiras”, había lotería, pozole y tostadas, sopes y enchiladas.
¡Cuántos matrimonios se fraguaron con la animación de las serenatas que ofrecía la Orquesta en el Jardín! Y cuántas veces de jóvenes nos quedábamos platicando con los amigos, hasta al filo de la medianoche sin que nada trastocara la tranquilidad!
No había celulares y por lo tanto nadie podía interrumpir la diversión; una diversión sana. Tampoco existían computadoras ni Internet, ni chats, ni Tablets, ni Ipads, ni pleitos políticos. Nada de eso. Era una vida sencilla, fuera de sobresaltos. La gente podía cruzar las calles sin el riesgo de ser atropellado. Eran pocos autos. Las calles estaban empedradas, ¿Cuál pendiente?
No había ni MP3, ni USB, ni video películas; en lugar de eso utilizábamos radios de transistores o acudíamos al Cine Encanto para ver las películas de Fernando Casanova, Pedro Infante, El Santo o Capulina.
Aquellos tiempos ahora se esclarecen con nuestra imaginación. Escenas a un ritmo lento, calmado. La gente no vivía con apresuramiento. El cielo límpido y la atmósfera transparente inundaban sus estrechas calles recoletas, donde privaba la quietud.
En los jardines todo era hermoso, verde y florido. Se veía a los enamorados caminar por las callecitas laterales, los chicos corretear y la gente de más edad se solazaba sentada en las bancas bajo la fronda de los árboles. Nadie hablaba del ayer o del mañana, lo que importaba era el presente. Había saludos afectuosos, todo mundo se conocía, como una gran familia.
Hoy ya no es igual. Las parejas ya no acuden a la Plaza, van a los antros, a parajes solitarios. Se manifiesta la actitud de las generaciones jóvenes, en los terrenos moral y político, así como en materia de religiosidad, de no reconocer vigencia del pasado en el presente, considerando rota la continuidad de los valores transmitidos.
Se descubre en el mundo de las modas lo que antes no hubiera podido ni soñarse como cosa común: hombre y mujer con prendas “unisex” – travestismo – y demás.
Y, como signo potente de la época, la reforma de convivencias sociales. Esa actitud impersonal e indiferente de las gentes, que las deshumaniza, que las destroza, que las degrada y que las coloca en el mundo de lo superficial.
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