Han pasado ya 20 años, pero Claudia Hernández sigue tan bella como aquel verano de 1994, cuando obtuvo el título de “Señorita México”.
Dueña de una personalidad arrolladora y una inteligencia nata, Claudia fue entonces el centro de atracción de los principales diarios mexicanos. Y tuvo la oportunidad de entreverarse en el mundo del espectáculo, de la televisión o de la farándula, pero la Nayarita antepuso esa vida de lo superficial por otros valores mucho más importantes; entre ellos la coherencia, el bien, la verdad, la virtud, la felicidad y, claro está: La familia.
Entre árboles, arbustos y flores de ornato encuentro a Claudia. Lilia su hermana funge como intermediaria. Cita concertada. Iniciamos la conversación degustando un aromático y unos deliciosos panecillos. La mañana es templada; ni frio ni calor. Afectuoso el saludo; amable en extremo.
La confianza inspirada aniquila el formalismo. Me congratulo, pues de esa manera me resulta más fácil conocer un poco acerca de la vida de ésta hermosa mujer oriunda de Santiago Ixcuintla nacida en el primer lustro de la década de los 70´s.
Claudia habla con seguridad, con aplomo y afirma que no se arrepiente de haber rechazado ofertas de sumo atractivas relacionadas con la vida pública. Prefirió reunirse con los suyos, con sus padres, con sus hermanos; impulsar obras sociales y dedicarse también a promover al estado a través de la Secretaría de Turismo la cual operaba entonces bajo la batuta del doctor Jorge Sánchez Ibarra.
Fue precisamente durante esa época cuando tuvo Nayarit su mayor auge en cuanto a la promoción de sus riquezas turistas. Claudia era la titular del departamento de Relaciones Públicas; y fue por medio de ella como se participó por primera vez en exposiciones de relevante envergadura, principalmente en la capital de la república y en Tijuana, Baja California.
Pocos son los que lo saben; pero en su adolescencia y juventud, Claudia Hernández fue una talentosa velocista, es decir una atleta sagaz que llegó incluso a participar en competencias nacionales, pero un inesperado problema en su organismo desvió su trayectoria para enfocarse en otros asuntos.
Por circunstancias de la vida se trasladó al Puerto de Mazatlán, donde cursó la carrera como Técnico en Turismo, y a partir de ahí y debido a su belleza estética empezó a destacar en concursos de esta índole.
Claudia representó al municipio de Santiago en el certamen estatal, ganando la corona como Señorita Nayarit, situación que la llevó a su vez a representar a nuestro estado en el certamen nacional desarrollando un excelente papel al grado de obtener el título de Señorita México, allá en 1994.
Lo anterior la condujo posteriormente a participar en el certamen Miss Mundo, efectuado en Sudáfrica; y fue allá en aquellos lejanos sitios donde pudo concretar uno de sus más anhelados sueños: Conocer a Nelson Mandela. Y no solamente logró conocerlo, sino que también pudo intercambiar algunas palabras con este importante personaje, uno de los líderes más sobresalientes del mundo actual fallecido apenas el año pasado.
“Los sueños sí se pueden cumplir”, dice Claudia mientras rememora aquellos episodios, e indica que “los seres humanos fraguan su propio destino; y yo no quiero desperdiciar mi vida en amarguras. Es muy cortita y quiero ser feliz siempre”, señala.
Una chispa se aprecia en sus ojos. Es un brillo especial; y quizás ella no lo sepa, pero sus diálogos están plagados de una profunda filosofía. Habla de su vida familiar y dice que en ella no hay fracasos; y afirma que uno de sus éxitos es haber conocido a Francisco, su esposo, con quien procrea a dos hijos.
Claudia, se insiste, es un dechado de virtudes. Es pintora y ella misma se encarga de decorar su hogar. Sus gustos son, digamos finos, pero mantiene preferencias por los ornamentos surgidos de la naturaleza viva. Sensible como su hermana Liliana, pero fuerte como un roble.
Ella misma cocina y es de paladar exquisito; ¡Me encantan las gladiolas!, afirma, en tanto buscamos el lugar propicio para la foto. Luego pronuncia otra frase llena de positivismo: “Quiero ser candil de mi casa y destello en la calle”.
Concluye la charla. El tiempo apremia y habría qué hacer espacio para desahogar otros asuntos; pero acordamos reanudar el diálogo para otra fecha. Me despido de ella no sin antes reconocer su gentileza, su personalidad, su belleza, sus virtudes como esposa, como madre… como mujer.
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