Report-arce
֍ A sus 100 años de vida, cumplidos en agosto pasado, del doctor Roberto Coronado Rivera, un personaje histórico, cálido y humano. Su querida esposa María del Refugio Gallardo y sus hijos: Roberto, María del Refugio, María del Carmen, Carlos, Manuel, Margarita y Guillermo. Así como sus nietos y bisnietos.
Son pocos los doctores que abrazan la poesía como el regazo de la ciencia y el don constante de la palabra. Vivir dos fuegos no menos angustiantes en el corazón y llevarlo a la hoguera de los demás como la espera ardiente que el doctor visitó en el trayecto de su humanitaria labor que lo enaltece.
Así como el ser que procura estar cerca de los hombres y mujeres para llenarlos de calor de la poesía que atestigua como la luz del día, ofreciendo su esencia en lo que más entraña y cobija. Recuerdo al doctor Elías Nandino con y por su pueblo hasta el amor en la eternidad del polvo. Así el doctor Roberto Coronado tiene la virtud de tenerlo todo cerca como el fiel testigo de la historia y la palabra anunciada en la celebración de una nueva vida.
Hace años recibí un buen regalo de navidad en el diciembre que se torna vulnerable, venía acompañado del recuento de poemas de un hombre que con el paso de los años su vocación no termina y con ello fortalece el espíritu de generaciones. Una travesía que inicia con las bodas sacerdotales del presbítero don Ignacio Valdez.
Confieso que leí el final como al principio emocionado porque por sus páginas estaba frente a un hombre mítico de nuestro entrañable Barrio de los Indios, del recuento donde le doctor después de vivir eterno y efímero momento se refugia en su intimidad como los escribanos de antaño, sin internet, ni grabaciones, ni computadoras; para volver a vivir la emoción que manifiesta en las líneas del cuaderno y entre sus pilas de libros, soluciones y frascos de medicina de algunas noches en su consultorio y casa de la calle Abasolo, apostado en su escritorio vaporoso.
Tiene el Don de regalarlo todo en aras de una mujer con niña de tres años que gracias al consejo y la moralidad del doctor con principios, desiste abortar y el regalo de Dios es la niña. Versos del maestro de biología con su nostalgia de la renuncia a su bien amada escuela secundaria Amado Nervo.
Recuerdo doctor cuando hace años en uno de los pasillos del curato, con un par de copas de vino tinto le llegaron sus recuerdos con el olor de antaño por la fragancia de flores y brotaron las horas de la secundaria y la farmacia Guadalupana, la flor Hortensia, la adolescencia y la voz se quiebra por el incansable movimiento del pueblo de sus amores que se viste la ciudad de sus nietos cuando visitan.
Llegaron los amigos a sus ojos húmedos y su tinta el doctor Eduardo Uribe, profesor Rubén Sánchez, Octaviano Espinosa, José Tovar, los hermanos y jubilados y en sus rimas denota cercanía y admiración por los fragmentos que al unirse son el rostro generoso de la amistad como la del Monseñor Justo Barajas. El encuentro y despedida por los que se fueron dejando estela de luz para nuestros días que parecen solitarios como el atardecer violeta en el valle de humo y sonido de caracoles ancestrales. Las raíces encendidas que iluminan la frondosa arboleda.
Usted siempre entregando la vida en su siempre presente Ixtlán de sus mayores y menores, de las tumbas, la lluvia y la esperanza como los amaneceres que nacen en la colina de su Cristo Rey. Sus portales, la iglesia, el ejemplo de Santiago Apóstol; el frágil hilo de la vida y la muerte de los fragores, las veladoras y los ventanales.
El canto humilde del hombre a su patria grande porque es su sueño. El de la admiración que causa la tierra que fertiliza y al cielo de su espiritualidad azul. Lo vemos caminar, transportarse en aquel guayín rosa, el jeep, el auto modesto, dirigirse los martes con los rotarios con su apodo de paz y armonía “Gandhi”.
Lo vemos porque leemos sus crónicas del verso histórico al compás de la voz del viento del sur que nos conoce hasta nuestros huesos y lo escuchamos en una de esas noches leyendo poemas de amor de la gente común, del personaje, al recuerdo del puente de piedra sobre el río de su añoranza, a las luces artificiales y las flores naturales de las fiestas patrias, al estallido y algarabía del pueblo tan querido y respetado.
Siempre presente entre ancianos e infantes, rodeado de amor de su esposa Refugio, hijos y nietos envueltos en el corazón que arropa como una bandera coronada, siempre presente en la constelación de nobles sentimientos y la fecundación de valores y rectitud.
El doctor abrazando a lo mejor es el hijo pequeño o quizás a Carlos, poesía a flor de piel, el ramillete de tantos Dones que la vida le regaló a un hombre bueno, buen padre, buen hijo, buen hermano, buen tío, buen abuelo…buen Ixtlense.
Los versos íntimos los que cuestan más escribirlos como el advenimiento de la luz entre tormentas de soledad. El amor profundo a su familia comenzando con el intenso y feliz de su compañera de todos los caminos y los hijos que tiene nombres y sentidos.
El hombre que busca a Dios y lo encuentra con sus semejantes y en el espíritu emprendedor de sus amados hijos, en la familia que guía y respalda. La vocación de ser padre en la celebración de la sangre, ser hijo de Manuel Coronado y María Trinidad Rivera.
Poco a poco hemos abierto una casa hospitalaria, donde fluye el cariño y respeto. Hemos caminado con el doctor Roberto Coronado en esta larga avenida de años plantados en todos los lugares de su corazón. Ahora entendemos lo que para él significa su esencia.
Es la hermosa esperanza de hurgar respuestas a las preguntas que desde niño le ofreció la vida y sus misterios develados. El enorme reto de saber mirar los ojos del prójimo para servir fervorosamente con la profesión tan humana como la mirada de la compasión. Ahora nos toca a nosotros a tener esta virtud de estar cerca de la historia común y de la palabra anunciada.
Gracias por querernos, por querer a nuestra raíz de obsidiana, a nuestro pueblo cotidiano, por cantar que sus testimonios quedan porque estará con nosotros para siempre transformado en mil formas y maneras de luces. Donde quiera que esté ya no sufrirá la nostalgia, ya no sufrirá las quimeras, volverá sin duda con nosotros muy unido en las muchas y hermosas primaveras: Doctor Roberto Coronado Rivera en su centenario… en su inmortalidad.
Discussion about this post