Si la moral es un árbol que da moras, como lo machacaba a voz en cuello el profesor Hugo Valdivia, mi maestro de sociología en la universidad, eso quiere decir que cada quien decide lo que es bueno y lo que es malo. Y aunque supiéramos que existe un ordenamiento que nos dicta ciertas pautas de conducta aceptadas por la mayoría, al final de cuentas uno mismo sabría si las acata o no. Todo esto, exento del reconocimiento o sanciones que, por lo regular, conlleva la conducta moral.
Un hecho innegable es que la moral se afecta por el espacio – tiempo, y que además hay una incesante negación humana que rompe con los paradigmas impuestos. Esta situación es la que ha generado distintos valores para cada época y lugar, y que haya filósofos o estudiosos de la ética que se pregunten si todo es o debe ser permitido.
¡Ahí está el quid! Pues si todo es permitido, si tenemos absoluta libertad, cada quien elegirá lo que quiera ser, cada quien será lo que decida ser. Existencialismo puro. Así las cosas, si alguien estima que su vida debe aprovecharse al máximo en los placeres carnales, y se tira al vicio y a la conducta relajada, entonces su camino irá por la senda del hedonismo, donde lo que importa es satisfacer al organismo, en el que se incluye la contemplación de un lindo atardecer o la de una película de terror.
Si realmente es todo permitido, nuestro comportamiento no tendría ataduras, y tal vez ni siquiera podría ser motivo de un enjuiciamiento interior o heterónomo. Solo que hay una cuestión muy importante, y otra ¡Inconmensurable!
La primera tiene que ver con la codependencia y el derecho ajeno: Si fuésemos autónomos, y todo estuviera sujetos a nosotros – y solamente a nosotros –, entonces esa moral sería un árbol de moras que carecería de sentido. Pero no, no es así. Necesitamos de los demás, y por lo tanto nuestra conducta sí tiene límites: el que la mayoría nos impone “a la potestad de cada quien” o “a la fuerza o presión” que la sociedad ejerce.
El otro aspecto más trascendental es un código de ética superior de origen divino. Vemos vital que se considere siempre la existencia de Dios. Aunque éste artículo no se proponga analizar las pruebas, es innegable que desde el comienzo de la humanidad hasta nuestros días, es Dios quien se ha hecho presente y ha ocupado la supremacía en todo ordenamiento moral. Más allá de la tergiversación, laxidad y el quebranto que muchos líderes religiosos han hecho de los principios divinos, a Dios no se le puede desechar de nuestra consciencia.
Eva fue la primera persona que transgredió el código divino, ¡Un solo mandamiento!, que era el no comer del fruto prohibido, del árbol del conocimiento de “lo bueno y lo malo”, cuando fue engañada por la Serpiente Original – que es el diablo –, y junto con Adán se le “abrieron los ojos” para tomar esta libertad que nos está extraviando hacia la muerte.
Nuestros padres quisieron igualarse a Dios (aquel cuyo nombre significa: “Yo resultaré ser lo que resultaré ser” – Éxodo 3:14-). El existencialismo de querer ser lo que decidieran ser los llevó al sufrimiento y a la muerte, porque no hay nadie por encima de Dios (1 Corintios 11:3; Revelación 4:11).
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