Jueves 21 de enero; 10 y media de la mañana. “¿Es con la señora Anastacia Cosío?”, pregunta el de la voz. Tras responder afirmativamente, “sueltan” las palabras que tanto habíamos estado esperando: “Tienen qué internarse este sábado, porque el lunes es el trasplante”.
A partir de ahí el nerviosismo se apoderó de todos. Había qué alistar una serie de cosas. Dejar todo en orden en casa y prepararnos para presentarnos en el Centro Médico de Occidente del IMSS en Guadalajara a la hora indicada: dos de la tarde del sábado 23.
Crema para el cuerpo, rastrillo, desodorante, sandalias, shampoo, pasta y cepillo de dientes, papel higiénicos, esponja de baño, galón de agua de cinco litros y una botella de 500 mililitros, libreta y pluma, gel desinfectante, cepillo o peine de cabello y jabón de baño, fueron algunos de los artículos requeridos por el equipo de trasplante del CMO, ¡solamente para su internamiento!
Bethy no ocultó su entusiasmo. Un año y cuatro meses antes había viajado desde San Diego hasta Ahuacatlán con la finalidad de cumplir una misión: donar uno de sus riñones a mi esposa.
Su voluntad de desprenderse de una parte importante de su cuerpo para cedérselo a una persona a la que solo conocía por internet, lo afirmo y rete afirmo, no se compara con nada. Se trata simple y sencillamente de uno de los actos más generosos del ser humano – aunque de esta historia de sumo interesante, hablaré en otra ocasión –.
En fin. El protocolo de trasplante había finalizado dos meses antes y a partir de ahí se nos informó que la fecha programada para la cirugía sería el lunes 25 de enero.
Había que acelerar las cosas; acondicionar la habitación de Bethy, pero principalmente la de mi esposa; repintar muros y techos con pintura de aceite, despejar el cuarto para dejar únicamente lo más indispensable: Una cama, un buró, una cómoda, una televisión y un timbre. Hasta ahí nada más. Ah, y desinfectar con cloro u otras sustancias cada objeto, las paredes… ¡Todo!
De estas tareas se hicieron cargo mis hijos. Yo tenía que acompañar a mi esposa y a Bethy al Centro Médico para cuidarlas y hacer los trámites que se fueran requiriendo. A esto se sumó también Reina, la hermana de la donadora, quien había viajado desde San Diego, California el mismo jueves para apoyarla.
A Guadalajara llegamos poco antes de las dos de la tarde. Nos presentamos en admisión hospitalaria y dos horas después les asignaron los cuartos 421 y 422 del cuarto piso de la Torre de Especialidades.
A partir de ese instante empezaron a prepararlas, tanto a la receptora como a la donadora. Dietas especiales, limpieza corporal exterior y limpieza intestinal. Todo a la perfección… No permitieron las visitas. Reina se fue a descansar a un hotel cercano. Yo pasé parte de la noche en el área de urgencias, pero a eso de las tres de la madrugada el intenso frío me obligó a refugiarme en la Explorer. Ahí me hice nudo. Por poco y me congelo.
El domingo 24 fueron removidas a los cuartos 411 y 412. Sin novedad. Así fueron transcurriendo las horas. Solo podíamos verlas a través del cristal de la puerta, aunque no fueron pocas las ocasiones en que nos obligaron a retirarnos. Volví a “medio dormir” en la Explorer, con más frío que la noche anterior. Pude haber sido víctima de la hipotermia.
El lunes 25 me levanté casi a las seis de la madrugada. A las siete me reencontré con mis hijos Omar, Javier, César y Anahí. También los acompañaron Claudia, mi nuera, y Joel, el novio de Anahí.
Todos nerviosos. Faltarían unos minutos para que Bethy y mi esposa ingresaran al quirófano. Nos arremolinamos en las escaleras. Caminábamos de un lado a otro, junto a los elevadores, esperando pues que salieran del cuarto. Nada.
El reloj marcaba las ocho de la mañana con 35 minutos cuando se nos informó: “Se presentó un donador cadavérico. El trasplante de Anastacia se pospone hasta mañana”. ¡Chiiiiiiiiiinnn!
Sobreviene una crisis. Mi esposa y Bethy son presas de la desesperación. Hay llantos. Se forma un círculo nocivo. Todos nerviosos, impacientes. Surgen muchas preguntas. El temor no cede… temor a que se suspenda el trasplante debido a las condiciones imprevistas que se presentaron.
Siento que me falta el aire. Y, para no asustar a mis hijos subo al quinto piso. Me siento en unas butacas. A mi lado está un hombre adulto vestido con bata verde. Su cuerpo está conectado a varias mangueras, sueros y quién sabe qué otras cosas.
Mi cabeza se vuelve un caos. Se nubla mi vista. Llegan los mareos. Presagio un desmayo. De inmediato trato de recostarme, pero el señor de al lado me lo impide. Tambaleante, doy tres pasos y me recuesto en otras butacas. Me desvanezco. No sé de mí durante unos minutos. Despierto y cerca de mi veo a mis hijos. Pensaron que dormía. Tampoco explico qué fue lo que me pasó. Intento no alarmarlos… Llega la tarde y empiezo a recobrar la noción de las cosas. Oscurece y, ya como a las diez de la noche me tomo tres cuartos de pastilla de clonazepan.
Me dirijo de nuevo a la Explorer para pasar otra noche ahí. Al recostarme pienso, pienso y pienso en lo que habrá de pasar al siguiente día; ¿Y si posponen otra vez el trasplante?…. ¡Nooooooo!!!!…
Mi mente se transporta hacia esos tres años que duramos en hemodiálisis. Tres veces por semana yendo y viniendo de Ahuacatlán a Tepic, al Seguro Social. Muchos días y noches de batallar contra esta terrible enfermedad como lo es la Insuficiencia Renal… El clonazepan empieza a hacer efecto. El martes será otro día… CONTINUARÁ.
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