Francisco Javier Nieves Aguilar
Con sus vistosos portales, su rica gastronomía y sus hermosos templos de San Francisco de Asís y la Sagrada Inmaculada, Ahuacatlán es sin duda alguna uno de los pueblos mas apacibles del sur del estado. Los índices de delincuencia en este lugar son mínimos hablando en términos comparativos. Su gente es pacifica por naturaleza, hacendosa y bienintencionada.
Cualquiera podría decir que es un sitio intrascendente, “tranquilo y afebril”—dijera el doctor Luis Meza, nuestro amigo que colabora para la Cruz Roja de Ixtlán-. Sin embargo, en Ahuacatlán se han vivido épocas gloriosas que han quedado para la historia.
Y es cierto, la crisis y el desempleo son dos factores que se han arraigado en este pueblo, pero también hubo décadas en las que estos agravantes ni siquiera se palpaban, gracias a las pequeñas industrias que servían para darle empleo a no pocos ciudadanos.
Se recuerda por ejemplo a la “Fábrica de Tequila Miramontes”, propiedad de aquel hombre alto y ronca voz al que conocíamos como “Don Pancho”—Padre del Charico (recién fallecido) y de Alberto, de “Licho” y de Araceli, de “Maruca” y de Bertha, todos de apellidos Miramontes Arana–.
La fábrica estaba instalada allá por el rumbo del panteón; y ahí se producía un tequila de agave puro, muy sabroso, según afirmaban los que acostumbraban a beberlo. Y ya sea cultivando el agave, o elaborando la bebida –e incluso hasta embotellando y etiquetando–; pero ésta pequeña industria fue centro de trabajo de muchos Ahuacatlenses.
Más antes, por la calle Morelos, entre Libertad y 20 de Noviembre, en aquel enorme caserón de don Genaro González, operaba una pequeña fábrica de jabón, cuya marca no fue posible recordar. Dicen que era una pastilla de color tinta la que se elaboraba en ese lugar. Y bueno, también esta mini-industria sirvió para dar empleo a decenas de gentes.
Una fábrica más es la que se ubicaba por la calle Juárez, ente Manuel Doblado e Iturbide, en una finca que pertenece a la familia Bañuelos. Ahí se producía aceite comestible y era un pequeño centro de trabajo que cuidaba con recelo el señor Antonio González Montero, de quien se dice mantenía nexos cercanos con el general Álvaro Obregón.
En el inmueble que desde hace muchos años ocupa la familia Delgado—Calle Hidalgo esquina con Ignacio Zúñiga—funcionaba una fábrica de refrescos, mucho mejor que como los que saboreamos ahora. Se trataba de la bebida gaseosa conocida como “limonada” y de la cual daremos cuenta en un artículo posterior.
Había también una Tenería: y esta era operada por don Mucio González, quien tenía su domicilio por la calle Galeana esquina con Cuauhtémoc. Bajo unos enormes árboles de tamarindo, don Mucio ponía a curtir las pieles que servían luego para fabricar huaraches, cintos, etcétera, o simplemente como adornos.
Cuentan también que en el barrio de La Presa funcionaba una Alfarería, propiedad de una familia de apellido Ramírez. Y en el pasado mas reciente fue fundada la fábrica de Tequila Arecas, sin olvidar tampoco a los empaques de hojas que sirvieron también para dar empleo a cientos de mujeres.
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