Timoteo era un hombre demasiado “corajudo”. Él mismo se percataba de que sus estados de cólera y enfurecimiento eran terribles y, una vez trascurridos éstos, se daba cuenta hasta qué punto se había obnubilado su consciencia.
Preocupado por estos accesos de rabia, decidió visitar a un sabio que vivía en la cima de una colina. Una vez allí, le explicó lo que sucedía y el sabio le dijo:
- Quiero verte cuando estés encolerizado. Así que cuando vuelva a darte un acceso de ira, ven a verme.
Al día siguiente, Timoteo tuvo un acceso de ira y se puso en marcha hacia la colina, pero cuando llegó ante el sabio ya se le había pasado. El sabio le dijo:
- Tengo que verte con la ira, para poder conocerte bajo ese estado. No has corrido lo suficiente y tu enojo se ha disipado. Así que, cuando vuelva a dominarte, ven más deprisa.
Un par de días después, la ira atacó nuevamente a Timoteo y éste corrió hacia la colina a toda prisa, pero cuando llegó junto al sabio ya le había pasado el arrebato.
- Esto no puede ser. Ven más deprisa cuando estés iracundo.
Se repitió el acceso de ira y el hombre, corriendo cuanto podía, llegó hasta el sabio.
- ¿Y la ira?, preguntó el sabio.
- Se ha ido.
- ¿Lo ves? – dijo el sabio –, la ira no eres tú; viene y se va. ¿Dónde está el problema? Es que te dejas atrapar por ella. Tienes que estar muy atento para que no te domine, cuando aparezca; después pasará y no habrá problemas. No te dejes dominar por la ira, ni te expreses con irritabilidad. Tu enojo vendrá, pero luego desaparecerá. Tú trata de estar en ti mismo.
Efectivamente, la ira es una locura de corta duración. Es nuestra auténtica enemiga ya que se encuentra en nuestra mente. La ira no cambia nunca su naturaleza. Siempre hiere y destruye. Aléjate de ella.
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