La barba que exhibe Leonel Hernández Casas, contrariamente a lo que pudiera suponerse, no lo hace ver más viejo. Quizás se le pueda confundir con algún personaje islámico o con un trotamundos; pero no, el hombre de esta historia es un ser humano como usted, como yo o como cualquier otra persona. Bueno, a lo mejor un poco más excéntrico, pero hasta ahí nada más.
De complexión delgada, tez morena clara y estatura regular, la barba de Leonel mide no menos de 40 centímetros. Es entrecana, tirándole más bien a blanca, pero luce perfectamente, muy bien cuidada; y es esa parte de su cuerpo la que llama la atención.
Lo encuentro caminando por los pasillos de la clínica uno del Seguro Social. Un dejo de tristeza y preocupación asoma por su rostro. Percibe la mirada de la gente, pero Leonel no se da cuenta de ello y se sienta en las butacas que se encuentran frente al área de Rayos X.
Al advertir nuestra presencia se pone en guardia, sin embargo no rehúye y contesta con sencillez las preguntas que, en cascada, le formulamos ante la mirada inquisitiva de las personas que a esa hora deambulan por los pasillos de esta clínica.
Su barba, insistimos, no lo hace ver más viejo. Antes bien, pudiera decirse que se ve más joven. No aparenta tener los 70 años. Por eso extrae su credencial de elector a efecto de mostrarnos su fecha de nacimiento: 03 de marzo de 1944.
Leonel Hernández Casas es originario de Jerez, Zacatecas, y nos explica que su familia se compone de tres hermanos. Uno de ellos – dice – radica en Arkansas, Estados Unidos; el otro habita un domicilio de la ciudad de Tepic, casado con una mujer nayarita.
“Él está enfermo; por eso estoy aquí en Tepic”, nos aclara; y explica que su consanguíneo tiene diabetes y que también le hacen diálisis debido a una complicación renal.
De joven traspasó la frontera norte con el afán de ahorrar algunos dólares. Se estableció en Los Ángeles empleándose como asistente de una Agencia de Autos y después de seis años decidió regresarse a su natal Zacatecas para ganarse la vida en calidad de jornalero, siempre en las faenas del campo.
Su larga barba, aclara, no obedece a ninguna manda y ni tampoco es miembro de alguna subcultura, digamos tipo Hippie o hipster; “me la dejo crecer por gusto y nada más”, subraya.
Ahora tiene dos años que no se afeita, pero alguna vez duró seis años y así su barba llegó a medir 75 centímetros. Entonces era negra brillante, aunque siempre la ha mantenido aseada.
Para limpiarla utiliza el mismo jabón de baño, pero trata de comprar aquellos que contienen ingredientes especiales, principalmente sábila. Y para que luzca más pulcra usa un peine de cerdas gruesas y le da forma con unas tijeras normales.
La voz de Leonel es pausada. Porta pantalón beige de vestir y camisa a cuadros color azul. Cubre su cabeza con cachucha roja y afirma que en Estados Unidos tuvo algunos problemas precisamente por su barba, “pues a veces me confundían con talibanes o con malvivientes”, afirma.
Hernández Casas sostiene por último que la barba no le estorba para nada, aunque a veces se expone a los “jalones” de algún familiar cercano o de amigos atrevidos.
Él es pues, Leonel Hernández Casas, un hombre cuya barba alcanza los 40 centímetros, sana y atractiva.
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