Erika, la mayor de mis hijas, explotó cuando descubrió que el saldo de su celular se había agotado.
Anahí, por su parte, no ocultó su congoja y desesperación por no haber encontrado el cargador de su Movistar. Su aparato estaba descargado y esa situación la puso de mal humor.
Javier, después de cenar se sentó en el sillón y lo primero que hizo fue revisar su Nokia. Durante casi una hora se dedicó a leer y a contestar mensajes.
Erika, Anahí y Javier forman parte de los miles y miles de personas adictos al celular. En el diccionario se define como nomofóbicos, cuyo término – según lo pude investigar — es de origen inglés: “No mobile”, es decir sin móvil o celular.
La nomofobia, según eso, es considerada una patología tecnológica y consiste en el miedo irracional a salir a la calle sin celular, olvidarlo, perderlo, que se descargue la batería o estar en una zona sin cobertura.
Se estima que los más afectados son las mujeres, pero casi están al parejo de los hombres. Los que poseen un Smartphone, un blackberry o un iPhones son más propensos a padecer la nomofobia; esto es hablando de los usuarios de la zona sur –Ahuacatlán, Jala, Ixtlán y Amatlán de Cañas –, aunque en esta ultima localidad apenas se acaba de introducir el servicio de telefonía celular.
Entre los principales síntomas que presentan estos enfermos tecnológicos del siglo XXI están la agresividad, la dificultad para concentrarse y la inestabilidad emocional. No tener el celular a mano, la descarga de la batería o estar en una zona sin cobertura es un vía crucis para la creciente legión de nomofóbicos, según se desprende.
Así, un avance tecnológico que debiera facilitar y hacer más agradable la vida, se convierte en un elemento de estrés y de limitante dependencia psicológica.
Si al salir de casa se percata de haber olvidado el aparato y eso le genera ansiedad al punto de tener que volver a recogerlo – por lejos que esté –, es más que probable que caiga en la categoría de nomofóbico.
Según se difunde en internet, es fácil distinguir a un nomofóbico: en las reuniones con amigos, en la universidad, en el trabajo, en la casa y hasta en el baño habla por celular o manipula el teléfono para leer mensajes. Al menos cada 2 minutos mira la pantalla, aunque no espere ninguna llamada. Puede olvidar todo menos su celular. Los lugares que no permiten el uso del teléfono celular, como cines, bancos, aviones, ciertos restaurantes, iglesias, entre otros, le generan estrés. ¡¿A dónde vamos a parar pues?!
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