De aquí en adelante ya no le voy a hacer mucho caso a mi amigo Carlos Slim. Incluso amenazo con retirarle mi amistad. Eso de dejarnos con frecuencia sin señal en la telefonía celular ni Internet ¿verdad que es para molestarse?
Aporreo estas teclas con la esperanza de mirar en la esquina de la pantalla la señal divina que indique la normalidad en la señal de Internet. Pero no; esa crucesita roja y ese signo de admiración que aparece en color amarillo sobre el ícono, me indica que “ni máiz”.
Por eso estoy indignado con Carlos Slim. O más bien encabronado. Si este hombre que con frecuencia vemos en la revista Forbes colocado como uno de los más ricos del mundo mirara mi rostro, de inmediato se daría cuenta de mi irritación.
No son pocas las veces en que he levantado mi mano derecha a media altura y doblándola como señal de que me estoy acordando de su mamacita… Y yo pienso que la glucosa ya se me volvió a disparar. Mi úlcera seguro que también está a punto de reventar y los triglicéridos supongo yo que se me cuadriplicaron.
No soy el único. Creo que son cientos de ahuacatlenses los que estamos en este instante echando chispas, rayos y centellas contra Carlitos debido pues a su mal servicio de Internet.
La señal lleva ya algún tiempo fallando mucho, pero esta vez se pasó de la raya. Más de tres horas esperando que se restablezca el servicio y el ícono sigue igual y ya hasta empiezo a odiar esa pinche crucecita y ese signo de admiración en color amarillo.
El asunto es que necesitaba el Internet a efecto de consultar una página y así elaborar mi nota respecto a los resultados del pasado domingo relacionaos con la elección de regidores en la zona sur; y pues, como decía mi abuelita Pachita: “¡Valiendo madres!
El hecho de no haber Internet también me provoca un enorme estrés dado que a esta hora ya debí haber enviado mi material a mi jefe de Redacción, Rafael Morales, quien seguramente deberá estar renegando por la tardanza… ¿Y qué tal si en toda la noche no llega la señal?
Y miren que he estado escribiendo estas cuántas líneas, digamos, para “matar” el tiempo en tanto llega la señal. El reloj marca exactamente las nueve de la noche con siete minutos y yo sigo igual, rabiando de coraje y echándoles más “madres” a Carlitos.
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