IXTLÁN DEL RÍO.- Rodeado de libros me entretengo entre los estantes atiborrados de mundos y galaxias usadas, las prosas diversas de los estilos, los cantos diferentes de poetas del Siglo de Oro español, los sudamericanos con sus tragedias y la concepción y visiones de la vida y sus manifestaciones de los que aman y sufren cuando escribir es el elemento para curarse del pánico que forma nuestra andadura en la condición humana.
Los pequeños separadores que notifican al lector que viene por su manantial de letras, que en el lado izquierdo están los de literatura, agricultura, sexualidad, psicología, veterinaria, religión, autoayuda y biblias. Enfrente diccionarios, libros de textos y los de quince pesos.
A un costado de la puerta plomiza se encuentran libros económicos y revistas interesantes. En los estantes de madera los de ingeniería, medicina, técnicos varios, administración y computación. Junto al escritorio en venta carteles de músicos y revolucionarios y cerca de la ventana con sus tres macetas.
La biblioteca privada de José Luis Díaz que una mañana me detuvo en seco cuanto ya llevaba una pila de sus libros para comprarlos: “no jodas Rigoberto, estos son míos…de mi colección”. Quedó en prestármelos.
Luis intenta abastecer con más y más riqueza cultural cuando de Guadalajara se trae costales y costales, que es el cuento de nunca acabar para ofrecer una posibilidad que su movimiento cultural Garibaldi de amor y paz fluya por nuestras venas y arterias de los que vivimos en este territorio.
A veces lo encuentro leyendo bajo una pequeña lámpara que le sirve para concentrarse en la lectura solemne en la purísima soledad y es cuando nos contagiamos del texto, la frase que nos hace conversar hasta las últimas consecuencias en la noche o en la mañana cuando se escuchan los sonidos rutinarios y los dos en la inventiva.
Acompañarlo a la vendimia en su tricicleta, sus costales, la lona y las dos sillas para instalarse en los portales en el corazón de nuestros pasos porque es el lugar donde la mayoría recorre. Se ofrece la silla para que el posible comprador tenga la paciencia de hojear, darle la oportunidad de que pueda revisar, imaginarse la historia, la comedia o el drama para sus respiraciones.
Me hace sentir útil porque siendo el peregrino de las hojas y las plumas, el lector voraz que no se contiene porque los mares, las tundras y las mesetas, los lagos y ríos interiores tiene constantes movimientos.
Estoy como vendedor de libros desde hace algunos días ante la ausencia de mi compa, en la calle Abasolo 15. Pasan transeúntes y sus ojos hurgan el local, unos entran y se interesan y la relación de complicidad me enriquece porque me encanta el intercambio de impresiones en torno, la arista de una historia, el título y autores conocidos y desconocidos.
Tengo crédito y la libertad de elegir, porque ya no es tanto mi admiración de lo que se escribe sino el saber estructurar, la forma de cómo escribir las alegrías y pesares de esa novela que me trae ensimismado, cautivado que recorre mis sentimientos y cimbra mis pensamientos.
Me siento bien en esta metamorfosis y qué mejor que vendiendo y haciendo trueques de este producto maravilloso que no es para que tengas dieta, rebajes tu masa corporal o te hagas cirugía. Es la continuación de tus sueños y la imaginación para que estés en el siglo que quieras y con el personaje de tu admiración o el acontecimiento singular y que la humanidad es única como la vida impresionante que se gasta en el tiempo y espacio.
Recibir camaradas y amigos de la realidad y de los sueños. Son las dos de la tarde se cierra. A las cuatro se abre de nuevo para que florezcan los jardines de la amada lectura; encender ángeles y demonios y rodeado de años comprimidos de sus propias vidas y la vida de los otros que ellos leyeron, estoy siendo testigo que nacen de nuevo cuando alguien abre el libro para leerlo es cuando el autor vuelve a vivir. Me siento bien.
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