Una señora buscó a un ministro religioso para desahogarse y pedir un consejo. Se sentía mal del cuerpo y del alma. Tenía una úlcera en el estómago y miedo de operarse. Pensaba rezar y pedir para sanar y evitar la cirugía. Se sentía muy nerviosa. El ministro le preguntó:
- ¿Hay alguna persona a quien odia?
- Sí, es un rencor muy grade, pero muy justo. No puedo perdonar, tengo toda la razón, ella me ofendió mucho.
- Una vez dijo Jesús, que no tiene ningún mérito hacer el bien a quien nos hace el bien. Hasta los paganos actúan de esa manera. La nobleza de alma consiste en pagar el mal con el bien. También en su caso. No se trata de que el odio sea justificado o no. Si usted tiene razón, mayores son los motivos para perdonar, en caso contrario, no sirve rezar ni hacer novenas para librarse de la úlcera.
Se quedó pensativa. Después rezaron juntos y la mujer se marchó.
Al llegar a casa también el marido le pidió que perdonara a la persona con la que sentía mal. Ella se resistía, pero él insistió:
- Vamos a rezar hasta que perdones. A mitad de la oración se rindió. Enseguida tuvo calma, paz.
Unos días después la mujer fue al hospital para hacerse un nuevo análisis y fijar el día de la operación, si era necesario. Inexplicablemente –dijo el médico–, la úlcera había desaparecido.
La explicación: Aquella úlcera había sido generada por el odio; desaparecido éste, la enfermedad retrocedió.
Hay personas que no se han dado cuenta que los odios y rencores que llevan en su ama les daña no sólo espiritualmente, sino que también les perjudica el cuerpo.
Tratemos de vivir sin resentimientos, sabiendo que si perdonamos nos sanamos del alma y evitamos algún daño corporal.
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