Había una vez un sinaloense llamado Ragdé, que hacía cualquier cosa con los números.
Iba un día de viaje cuando halló, a mitad de su camino, a tres hombres que discutían acaloradamente frente a un lote de caballos.
Ragdé se detuvo y enseguida les preguntó el motivo del entredicho. Y uno de los alegadores le respondió lo siguiente:
- Somos hermanos y recibimos estos 35 caballos como herencia de nuestro padre, que acaba de fallecer. Yo, porque soy el mayor, debo quedarme, conforme a la voluntad del finado, con la mitad de los 35 caballos. Este, que es el segundo, debe recibir la tercera parte. Y aquel, que es el menor, la parte novena de los treinta y cinco jamelgos.
Y dijo otro de los hermanos:
- Pero es imposible hallar la mitad exacta y aún, la tercera y la novena partes de los 35.
Ragdé pensó un instante y; luego, desmontando de su propio caballo, lo agregó al lote de los que heredaron los hermanos. Y dijo:
- Agregando mi caballo a los suyos, hacen treinta y seis.
Los otros se quedaron sorprendidos por la generosa actitud del viandante, pero aguardaron callados a que la esclareciera. Y en efecto, así lo hizo Ragdé.
- Agregando mi caballo a los de ustedes, hacen treinta y seis. De modo que… toma tú la mitad que te corresponde.
Separó Ragdé para el mayor de los hermanos la mitad de 36, o sea, 18 caballos. Y, volviéndose enseguida al hermano segundo, prosiguió:
- Tú debías recibir la tercera parte. Siendo 35 caballos, no habría sido posible que la recibieras, pues la tercera parte de treinta y cinco son 11 y pico. Y los caballos no tienen “pico”. Pero ahora, siendo, con el mío que agregué a los de ustedes nos da, 36; así es que, ten, ahí van tus 12 caballos: la tercera parte exacta de 36, como ves.
Quedaba por satisfacer al hermano menor:
- A ti, según el testamento de tu padre, te correspondía la novena parte del lote; y la novena parte de 36, son cuatro. Toma tus cuatro caballos.
Y el menor de los hermanos los tomó, muy contento… Entonces, Ragdé sumó lo que había repartido y dijo:
- Pues que has recibido 18 caballos tú, 12 y cuatro el niño, aún habiendo recibido cada uno más de lo que les hubiese correspondiéndole ser sólo 35 caballos… ¡Súmenle bien!: 18 más 12 son 30; más 4, igual a 34. Quiere decir que de los 36 caballos, sobran dos. Uno es el que yo puse. Y el otro, el que me corresponde por haberos hecho lograr una participación favorable para todos.
Y así, Ragdé dejó a todos los hermanos contentos y, montando en su caballo nuevamente, se fue con el otro corcel “de tiro”.
La moraleja de este cuento del astuto Ragdé, es que todo cuanto a otros sé dá en este mundo, se les dá provisoriamente, porque siempre vuelve a quien lo diera, aumentado en gran modo.
Si los egoístas supieran las ventajas que reporta el ser generoso, serían generosos de puro egoísmo.
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