El marcador, aquel domingo de verano finalizó con un empate a dos goles. Los que formábamos parte del equipo “Panaderos”, regresamos a Ahuacatlán con un sabor a derrota. Pensamos que sería un encuentro fácil, pero los jugadores del “Polillas” – pese a la edad de algunos de sus integrantes – nos dieron una verdadera cátedra de lo que es el juego de conjunto; y a no ser por la velocidad de “Rogio” y del “Cuichi”, aunado a las destrezas de Manolo y de “Pita”, seguramente nos hubieran aplastado.
El partido se efectuó en la única cancha que en ese entonces existía en la Unidad Deportiva de Ixtlán. Nuestro equipo estaba afiliado a esa liga y en ese entonces no había categorías. Era libre; y aún con jugadores jóvenes, nos vimos en serios aprietos al enfrentar a esta escuadra formada por habilidosos jugadores de la talla del profesor Pablo Torres y del maestro Mojarro, del profe Larios y del ingeniero Maldonado, de Chava Villanueva y del famoso “Tiburón”, entre algunos otros.
Jorge Solano – mi entrenador – me colocó en aquella ocasión en el medio campo, acompañando a Manolo y al “Pita”; pero antes de entrar a la cancha me hizo un encargo muy especial: “Ten cuidado con aquel”, me dijo, señalándome con su índice derecho justamente al profesor “Pablito”. “No dejes que toque mucho el balón”, insistió. “¡Múa! – mascullé en mis adentros – no creo que sea para tanto”.
Poco antes de finalizar el medio tiempo – bien que lo recuerdo –, el profe Pablo se posesionó del balón tras certero “pase” de otro habilidoso jugador al que identificaban solo como “La Cotorra”; y, pensando en las recomendaciones de mi entrenador, me acerqué al referido mentor, pensando que lo despojaría fácilmente del esférico; sin embargo, éste, con una técnica sorprendente, me pasó el balón por debajo de las piernas. “¡Pónte sotana!”, escuché que me gritaba “Toño” Jara, mi compañero, un tanto molesto por aquel “tunelito” que me había hecho el profesor Pablito.
Picado en mi orgullo, corrí tras el multicitado profesor, con la obvia intención de lavar aquella afrenta; pero resulta que esta vez no me hizo “tunelito”, ¡Sino un “sombrerito”! Con su toque magistral, pasó el balón a Maldonado y este se lo devolvió a media altura. Lo paró con el pecho y enseguida se dio el autopase impulsando ligeramente el balón por encima de mi cabeza.
¡Así se las gastaban los jugadores del “Polillas”! Por eso, ahora que propiciaron su reencuentro, resurgen en mi memoria ecos de aquellos tiempos. Y qué bueno que hayan regresado a las “andadas” a través de su club encabezado por el profesor Salvador “El Chato” Muñoz, como presidente, y por Manuel Villanueva y Ramón Parra Ibarra, como secretario y tesorero respectivamente.
Ahora con más años, tonelaje, canas y anteojos, pero con menos pelo, menos vista, menos reflejos, pero eso sí, con mucho entusiasmo, los ex jugadores del Polillas se dieron cita el pasado sábado en el templo de Santiago Apóstol para celebrar una misa que ofició el Padre Luis Ramírez y en donde estuvieron presentes sus familias y amigos cercanos, quienes aprovecharon el citado recinto religioso para pedir por el eterno descanso de los compañeros que se adelantaron al viaje sin retorno.
Posteriormente sostuvieron un encuentro de futbol midiéndose al equipo Sur Nay que milita en la categoría de Supe máster.
Ahí revivieron grandes recuerdos de cuando ellos juagaban; esto fue en el campo sintético de la unidad deportiva. “Roberto Gómez Reyes”, donde reinó el entusiasmo y la alegría. Con beneplácito, celebraban la manera de correr, de tocar el balón y las tantas veces que rodaban por el suelo.
El marcador finalizó 3 goles por uno a favor del Polillas, quienes habían sido relevados en el segundo tiempo por algunos jugadores más jóvenes, algunos hijos de ellos mismos, siendo los anotadores Florentino Parra (2) y Luis Donaldo Muñoz (1).
Al concluir el encuentro todos se trasladaron a un salón de fiestas para convivir entre sí mientras disfrutaban de una deliciosa comida, además de intercambiar gratas impresiones.
Discussion about this post