“Me casé demasiado joven. Al principio todo era miel en penca. Después mi vida se convirtió en un martirio. Definitivamente, me equivoqué al elegir a mi pareja”.
La confesión es de una respetable y noble mujer que radica en Compostela y la cual, a raíz de la mala experiencia en su matrimonio se refugió en grupos eclesiásticos practicantes del altruismo.
Era una tarde de verano cuando conversé con esa mujer. Habíamos coincidido en un evento político realizado en Tepic. Me dijo que era asidua lectora del Express y que las columnas que más le gustaban era la del Cotarro, la de Catón y las reflexiones.
La conversación derivó en esa etapa de su vida y yo le dije que lo de ella no había sido un error, sino una lección.
“El error más grande – le dije – lo cometes cuando, por temor a equivocarte, te equivocas dejando de arriesgar en el viaje hacia tus objetivos.
No se equivoca el río cuando, al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir avanzando hacia el mar; se equivoca el agua que por temor a equivocarse, se estanca y se pudre en la laguna.
No se equivoca la semilla cuando muere en el surco para hacerse planta; se equivoca la que por no morir bajo la tierra, renuncia a la vida.
No se equivoca el hombre que ensaya distintos caminos para alcanzar sus metas, se equivoca aquel que por temor a equivocarse no acciona.
No se equivoca el pájaro que ensayando el primer vuelo cae al suelo, se equivoca aquel que por temor a caerse renuncia a volar permaneciendo en el nido.
Pienso que se equivocan aquellos que no aceptan que ser hombre es buscarse a sí mismo cada día, sin encontrarse nunca plenamente.
Creo que al final del camino no te premiarán por lo que encuentres, sino por aquello que hayas buscado honestamente”.
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