Era un caluroso día de verano cuando en un rincón de Ixtlán se escuchó el llanto de una bebé. Sus padres, nacidos en tiempos de la revolución, la tomaron entre sus brazos, felices, pues esa criatura había sido concebida con amor absoluto.
Se trataba de una linda criatura de tez blanca, tierna y frágil; con ojos dispuesto a ver todo lo precioso, abrazar todo lo alegre, y querer si condiciones con todo su corazón.
A los pocos días fue llevada al bautisterio; y ahí, en el libro de nacimientos quedó registrado su nombre: María Guadalupe Pardo Montalvo.
La pequeña creció en medio de muchas calamidades, pero con la ayuda de sus padres se convirtió pronto en una mujer, hacendosa y dócil, incansable y luchadora, proclive a las buenas costumbres, creyente y cuidadosa.
María Guadalupe conoció el amor cuando irradiaba juventud y lozanía. Lo encontró al lado de Juan Esparza Ramírez, un hombre que, al igual que ella se caracterizó por su espíritu laborioso, un hombre comprensivo, atento y responsable.
Con él se casó. A su lado compartió alegrías y tristezas, penas y beatitudes. Y una de sus muchas bienaventuranzas fue el nacimiento de sus nueve hijos. Carmen y Martha, Lucero y Rosy, Juan y Margarita, Antonio y Patricia, además, claro, de Simón; todos de apellidos Esparza Pardo.
Ellos están felices este día, porque justamente hoy que es 11 de junio María Guadalupe está cumpliendo exactamente 77 años de haber llegado a este mundo.
Sincero es su cariño, e infinita su paciencia; y hoy que festeja su onomástico, doña Guadalupe puede mirar alrededor su proeza: Hijos, nietos y ¡Una hermosa familia unida!, ¡Felicidadeees!
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