“Todos nacemos llorando, pero nadie se muere riendo”, me dijo alguna vez mi bien recordado amigo David Silva.
Y bueno, el buen “Deivid” tenía razón, porque morir no es ninguna gracia; aunque tal vez lo sea para aquellos que se dedican al negocio funerario. Pero también para estos hay “meses buenos” y “meses malos”.
Las agencias de velación no son la excepción; y en ese sentido, dicen o coinciden en que de octubre a enero aumenta considerablemente el número de decesos, con los que pueden ser considerados los “meses buenos” para los empresarios del sector; como también se afirma que la muerte en ancianos se agudiza después de Navidad.
Hoy lunes 02 de noviembre es una fecha especial para los mexicanos. Los panteones estarán a reventar, tal y como lo marca esta tradición.
Para algunos, acudir al cementerio resulta hasta cierto punto tétrico; sin embargo eso no sucede con los guardapanteones, quienes aseguran que “ahí no pasa nada”, y que en todo caso a los que habría que temerle es a los vivos.
Recordamos los comentarios que en ese mismo tenor vertió don Felipe Montero – extinto camposantero de Ahuacatlán – una ocasión en que fuimos a visitarlo en su domicilio de la calle Juárez.
“En este trabajo es cuestión de acostumbrarse. Al principio es duro porque uno ve el dolor de la gente, pero con el tiempo uno se hace fuerte”, habría dicho.
“Lipe” el panteonero – como mejor se le conocía – decía que durante el tiempo que trabajó en esos menesteres nunca vio nada anormal, y afirmaba también que “antes no había esos ataúdes tan elegantes como los de ahora. Cuando alguien moría, el carpintero tenía que ir al sitio donde yacía el difunto para tomarle medida y hacerle su “cajita” de unas cuantas tablas…
… Con solo escuchar los martillazos – decía –la gente pensaba “ya se murió alguien por ahí”. Aquí había buenos carpinteros que se dedicaban a la fabricación de ataúdes, como don Librado López, un tal Pastor, Lupe Bañuelos – pionero de la funeraria que lleva su nombre –, y otros.
Don Lipe fue protagonista de muchas anécdotas durante su oficio de panteonero… Tenía apenas diez días de haberse empleado como tal cuando vivió uno de esos sucesos…
Y sucedió que habían matado a un hombre malencachado y que tenía fama de ser perverso y sanguinario.
Un día, como a las nueve de la noche, se encontraba don Felipe en el panteón cuando en eso se apareció un fulano, igualito a aquel que le decían “El Talabartero”. Al señor Montero le dieron ganas de correr, pero se contuvo al comprobar que se trataba de un hermano de ese señor.
Otra anécdota fue la ocasión aquella en que el señor Alcaide – o carcelero – don Manuel Plazola, le jugó una mala pasada al negarle su libertad, después de que él – o sea don Felipe – había caído a la cárcel por orden de un tal “Chico Perico”… “Van a ver, van a ver – les dijo don Felipe –; yo alguna vez voy a salir de aquí, pero cuando ustedes caigan conmigo, jamás van a poder salir”.
Otra vez le amontonaron a don Felipe Montero como ocho difuntos, los cuales habían fallecido en un trágico accidente. “Ahí los teníamos – decía – estaban todos descuartizados, bañados en sangre. Me ayudaron entonces otras tres personas, y como ya nos andaba de hambre, le encargué a uno de ellos que trajera una olla de birria allá del mercado, de con “Nico”. Nadie quiso comer; sólo don Felipe, delante de los difuntos ensangrentados
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