La neta la neta, me sentí bien raro cuando me introduje al Ranault. Ocupé el asiento del copiloto; pero desde el momento mismo que abrí la puerta percibí mi nerviosismo.
Volteaba lentamente hacia el tablero, luego hacia los lados, después hacia atrás o para abajo. Estaba desconcertado. O más bien muy asustado. ¡Nada comparado con mi vetusta Caravan!, cuyos asientos por cierto se mueven como el sillón aquel que usaba López Dóriga.
“Estas son las llaves”, señaló con un dejo de burla e ironía el conductor. Con incredulidad miré el “aparatito” que me mostró pensando erróneamente que se trataba de algún control de audio o algo parecido.
Parecía una especie de tarjeta de esas que se utilizan en los cajeros; solo que esta es de plástico o de metal, más gruesa y en color negro.
El chofer la introdujo a una ranura y luego se encendió un botón que decía: “Star-Stop”. Lo apachurró un poquito y de inmediato sentí que se accionó el motor. El ruido fue casi imperceptible, muy lejos del rugir y el cascabeleo de la Caravan.
Instantes después machacó otro botón a la vez que se apagaba una lucecita en el tablero. El conductor me explicó que así se desbloqueaba el freno de mano. ¡Uf!
Total, el vehículo en color rojo empezó a rodar, hasta tomar la carretera Internacional. “Esa luz indica que se debe poner el cinturón”, me dijo el chofer. Traté de removerlo pero nanáis, ¡Nunca pude destrabarlo!
En el estéreo se escuchaba una estación de radio. Intenté cambiar la estación y no supe cómo. Miré como 5769707049 botones en el tablero y jamás supe para qué servían.
Desplazarse a Tepic en ese tipo de autos es bastante cómodo. ¿Pero saben qué?, yo prefiero mi Caravan, aunque todo le suene… perdón, menos el estéreo.
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